Como ya expresaba en una entrada de hace algún tiempo en
este blog[1],
no consigo explicarme cómo un pensador de tanta altura como Bertrand de Jouvenel
ha podido tener tan escasa influencia en el estudio de algunas de las cuestiones
más candentes en el ámbito de la Economía del Sector Público. La lectura de sus
textos son una fuente extraordinaria para el análisis y la reflexión.
Algunos de sus ensayos siguen teniendo, desgraciadamente,
una vigencia indiscutible. “Lo más sorprendente del espectáculo que nos
ofrecemos a nosotros mismos es que nos sorprenda tan poco”, es una de las
frases que, casi ochenta años después de ser escrita, sigue quebrando la
pretendida placidez del lector. En referencia a episodios históricos ya
lejanos, sostenía que “la guerra es muy pequeña, porque el Poder es pequeño y porque
no dispone de esas dos palancas esenciales que son el servicio militar y el
derecho de gravar con impuestos”.
Y, más adelante, nos lanza una diatriba en toda regla: “¡Extraño
misterio! Cuando sus amos eran los reyes, los pueblos no dejaron de quejarse de
tener que contribuir a la guerra. Cuando finalmente logran deshacerse de esos amos,
son ellos mismos los que se imponen una contribución, no ya sólo en una parte
de sus ingresos sino en sus propias vidas. ¡Qué giro más singular! ¿Se explicará
por la rivalidad de las naciones que habría sustituido a la de las dinastías?...
¿Y que finalmente nos imponemos un entusiasmo por sacrificios mucho más pesados
que los que en otro tiempo soportábamos tan de mala gana?”.