17 de agosto de 2024

La irresistible demanda de objetos falsificados

 

Hay objetos falsificados que cumplen perfectamente el papel de la suplantación de la autenticidad. Incluso a veces pasan el experto filtro de los captadores de piezas originales. La función de mera apariencia buscada por algunos compradores conscientes se cumple con gran eficacia. No hace mucho, un conocido académico narraba su sufrida experiencia en la que un trío de hábiles prestidigitadoras de la escena le sustrajeron, sin darse cuenta, en un simple escaramuza, el ejemplar falsificado de un reloj suizo muy apreciado por su marca.

¿Por qué existe un mercado de objetos falsificados? ¿Por qué alguien está dispuesto a pagar 500 euros por una gorra de béisbol de una prestigiosa marca, cuando puede conseguir otra indistinguible a simple vista por 12 euros?, se pregunta Tim Harford en un reciente artículo (“The real questions posed by counterfeit clobber”, Financial Times, 16-8-2024).

La certeza de la calidad y del prestigio puede estar detrás de la decisión de compra, así como la voluntad de no contribuir a alimentar segmentos de economía no formal, basada en actuaciones ilegítimas. A su vez, quien se inclina por las falsificaciones, aparte de no compartir tales escrúpulos, o de estar, tal vez, en disposición de menores ingresos, considera que la esperable diferencia de calidad queda más que compensada por el menor desembolso. En definitiva, la excelencia y el importe del gasto son dos variables clave. Según Harford, si una marca va asociada a la excelencia, el comprador del artículo falsificado es el perdedor, algo que, a tenor de lo indicado, no resulta del todo claro. Por otra parte, respecto a aquellas marcas cuyo elevado precio es injustificado, apunta que cabe equipararlas a billetes falsos, lo que, desde luego, llevaría a ignorar completamente el valor subjetivo atribuido a determinadas marcas.

Igualmente, se hace eco de la tesis de la “piratería promocional”, según la cual las grandes compañías toleran las falsificaciones de sus productos, ya que, de esta manera, se aseguran una mayor extensión de sus productos y, por ende, refuerzan sus marcas en el mercado. A pesar de ello, estima que las marcas salen malparadas, a pesar de dicho posible efecto, toda vez que la circulación de productos falsos les hace perder valor. Los distintos enfoques de la teoría del valor se ven claramente desafiados en el mercado de las falsificaciones.



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