Hay objetos falsificados que cumplen
perfectamente el papel de la suplantación de la autenticidad. Incluso a veces pasan
el experto filtro de los captadores de piezas originales. La función de mera
apariencia buscada por algunos compradores conscientes se cumple con gran
eficacia. No hace mucho, un conocido académico narraba su sufrida experiencia en
la que un trío de hábiles prestidigitadoras de la escena le sustrajeron, sin
darse cuenta, en un simple escaramuza, el ejemplar falsificado de un reloj suizo
muy apreciado por su marca.
¿Por qué existe un mercado de objetos falsificados?
¿Por qué alguien está dispuesto a pagar 500 euros por una gorra de béisbol de
una prestigiosa marca, cuando puede conseguir otra indistinguible a simple
vista por 12 euros?, se pregunta Tim Harford en un reciente artículo (“The real
questions posed by counterfeit clobber”, Financial Times, 16-8-2024).
La certeza de la calidad y del prestigio puede estar
detrás de la decisión de compra, así como la voluntad de no contribuir a alimentar
segmentos de economía no formal, basada en actuaciones ilegítimas. A su vez,
quien se inclina por las falsificaciones, aparte de no compartir tales
escrúpulos, o de estar, tal vez, en disposición de menores ingresos, considera
que la esperable diferencia de calidad queda más que compensada por el menor desembolso.
En definitiva, la excelencia y el importe del gasto son dos variables clave. Según
Harford, si una marca va asociada a la excelencia, el comprador del artículo
falsificado es el perdedor, algo que, a tenor de lo indicado, no resulta del
todo claro. Por otra parte, respecto a aquellas marcas cuyo elevado precio es
injustificado, apunta que cabe equipararlas a billetes falsos, lo que, desde
luego, llevaría a ignorar completamente el valor subjetivo atribuido a
determinadas marcas.
Igualmente, se hace eco de la tesis de la “piratería
promocional”, según la cual las grandes compañías toleran las falsificaciones
de sus productos, ya que, de esta manera, se aseguran una mayor extensión de
sus productos y, por ende, refuerzan sus marcas en el mercado. A pesar de ello,
estima que las marcas salen malparadas, a pesar de dicho posible efecto, toda
vez que la circulación de productos falsos les hace perder valor. Los distintos
enfoques de la teoría del valor se ven claramente desafiados en el mercado de
las falsificaciones.