28 de octubre de 2023

Mais c’est long le chemin*

 

Aún no hacía demasiado tiempo que, en las tardes de verano, jugaba con sus primos, que residían en Francia, por los jardines del parque. Luego, indefectiblemente, echaban una carrera hasta la estatua de Rubén Darío. Después, regresaban al punto de encuentro, al quiosco de Sebastián, cerca del recinto dedicado a Eduardo Ocón. Noches de verano en el parque. Momentos de felicidad y dicha insuperables.

Ahora, en una mañana de otoño, caminaba por el parque, por el paseo del norte, cerca de la central de correos y telégrafos, recordando aquellas tardes y noches de estío. Apenas se había dado cuenta de lo que había ocurrido. Cómo, se preguntaba, no estaba a esa hora en el instituto. Qué raro es todo, pensó. Hace ya casi un mes que había empezado el curso, y no recordaba haber vuelto a ir por las mañanas.

De pronto, notó el peso de la maleta que transportaba, y la abrió expectante. Decepcionado, vio que no contenía ningún libro, sino abultados sobres que iban dirigidos a una empresa domiciliada en la plaza de José Antonio. Soltó la maleta y echó a correr alocadamente hacia la Catedral. No pudo llegar a su destino. Dos policías le habían dado el alto. Descompuesto, no pudo aportarles el carné de identidad, ya que aún no lo había obtenido. Su sorpresa fue mayúscula. No lo iban a detener por no estar en el instituto, sino por llevar un atípico uniforme de apariencia militar, sin poder desvelar su origen.

Mientras lo conducían esposado a comisaría, trató de buscar alguna explicación, pero se sintió incapaz. “Mais c’est long le chemin”, fue la frase que creyó adivinar, de la letra de una canción que un soldado que hacía el servicio militar en León había dedicado a su novia. Alguien tenía puesta la radio en un edificio de la calle Císter. Por un instante se olvidó de dónde estaba, y se deleitó con una melodía que le pareció conmovedora. Años más tarde, por fin, le encontraría explicación a aquel episodio, y al significado de aquella frase que le ayudó a proseguir su camino, que no estuvo sembrado de rosas.

Cincuenta años después, sentado en un banco del jardín de la residencia donde vive desde su jubilación, se pregunta cómo habría sido su vida si aquella lejana mañana de otoño se hubiese dado a la fuga.

(*: Reproducción literal del texto escrito por Crispín Sepúlveda, nombre elegido para la ocasión por un antiguo alumno del Instituto de Martiricos, con quien he mantenido el contacto a lo largo de los años, y que fue remitido con la petición de su publicación en este blog).

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