Uno de los consejos incluidos en el
código de prudencia bibliófila es no prestar nunca un libro a un amigo. Lo más
probable -dicta el adagio- es que pierdas el libro y, si eres un coleccionista
celoso, también el amigo. Naturalmente, las bibliotecas públicas no pueden
aplicar regla semejante, contraria al cumplimiento de su misión institucional.
Como todo prestamista, deberán adoptar sus propios criterios de evaluación y
control de riesgos. Pese a ello, es probable que tales centros sufran alguna
tasa de default.
El 21 de enero de 1974 alguien tomó
prestado un ejemplar del libro “Tomatoes for eveyone”, de la Orkney Library,
que lleva dando ese noble servicio desde el año 1683, en la localidad de
Kirkwall, ubicada en una isla escocesa. No se sabe cuánto tiempo ha de pasar
para que los administradores den de baja de su inventario un libro prestado,
pero el mencionado ejemplar seguramente lo debió de superar con bastante
holgura. Sin embargo, supuestamente de manera sorpresiva, el texto ha retornado
a su lugar de origen casi cincuenta años después. Recuperado en buenas
condiciones de conservación, se ha reintegrado al circuito para su posible
utilización.
Soumaya Keynes realiza una serie de
consideraciones acerca del papel de las penalizaciones a aplicar por los
retrasos en la devolución de libros a las bibliotecas[1], sin que
llegue a conclusiones claras. También la mayúscula demora en la entrega del libro
en la biblioteca escocesa da pie para hacer especulaciones sobre el valor de los
servicios perdidos que su no disponibilidad durante cinco décadas originó.
¿Cómo valorar el servicio potencial de un libro disponible en los estantes de
una biblioteca? Dentro de un período dado, habría que calcular el número de lecturas
completas que podrían compaginarse, y atribuirles un precio unitario.
Teóricamente, cabría diferenciar varios componentes: uno correspondiente a la
mera opción de lectura, otro al acto de la retirada, y otro tras haber
completado la lectura. La existencia de precios de mercado resulta útil para
establecer rangos. En la vertiente de los costes distintos a los de la
biblioteca, habría que considerar, además de los transaccionales, el de
oportunidad asociado a la lectura.
El análisis económico siempre puede
aportar perspectivas de interés, pero, al menos en esta ocasión, las singularidades
del caso planteado, el misterio del retorno de los tomates olvidados,
hacen que el aliciente investigador radique, más bien, en la esfera puramente
detectivesca. Aquí, efectivamente, hay tomates para todos.