Aparece en los periódicos la
noticia de que, tras nuevos análisis, los rasgos morfológicos de Ötzi, nuestro
antepasado que, hace más de 5.000 años, encontró un triste final en las cumbres
alpinas, son diferentes a los inicialmente percibidos. Es Ötzi protagonista
destacado en el libro “Abierto: la historia del progreso humano” (Ediciones
Deusto, 2021). Su autor, Johan Norberg, aborda minuciosamente este personaje y
nos muestra una serie de detalles sorprendentes. Portador de un kit de
minerales, así como de varias cuchillas puntas de flecha o dagas, tenía, además,
nada menos que 61 tatuajes, “que podrían estar relacionados con tratamientos pensados
para aliviar el dolor”. La conclusión más relevante del análisis es que aquel
hombre, “hace más de cinco mil años, era un beneficiario más de una compleja
división del trabajo que abarcaba grandes superficies geográficas. Ya entonces
se daba el tipo de comercio que hace posible que la gente se especialice en
perfeccionar ciertas formas de producción para luego intercambiarlas por los
mejores bienes y servicios ofrecidos por otros”.
Norberg sostiene la tesis de
que los apogeos históricos no dependen de la ubicación geográfica, la etnia de
los protagonistas o las creencias de las poblaciones que los protagonizaron: “el
denominador común es que todos estos pueblos estaban abiertos a nuevas ideas,
conocimientos, hábitos, personas, tecnologías y modelos de negocio, vinieran de
donde vinieran… actuando bajo un marco de instituciones abiertas, las personas
resuelven más problemas de los que crean, sin importar sus rasgos de personalidad”.
El ejemplo de Ötzi pone de
manifiesto las ventajas de la cooperación, pero también muestra un lado menos positivo:
no murió congelado en una tormenta de nueve, como también erróneamente se
consideró en un principio, sino en un combate cuerpo a cuerpo.