Hay obras cuyo valor se
engrandece con el paso del tiempo. Es la sensación que uno tiene cuando vuelve
a adentrarse en sus páginas, acompañada de un sentimiento de orfandad respecto
a una lucidez intelectual que sería de gran ayuda para tratar de entender todo
cuanto acontece en un mundo lleno de convulsiones. En todo caso, hay
reflexiones que perviven y nos aportan luz para afrontar los hechos, para tomar
distancia de la realidad y, sin embargo, acercarnos a ella con mayor tino.
Predicaba Jean-François Revel
en “El conocimiento inútil” que “En tal punto de imputación calumniosa, nos
salimos de la democracia. El combate político en la democracia autoriza, tal
vez (no estoy de acuerdo [yo tampoco], pero me resigno a ello [¿es
inevitable?]), una cierta dosis de falsificación de los hechos por las
necesidades de la polémica, pero no la falsificación absoluta. Esto es
justamente lo que caracteriza a los regímenes totalitarios”.
Circunstancialmente, alguien me pide que le ayude a interpretar este párrafo de Alexis de Tocqueville de “La democracia en América”: “En efecto, se hace difícil concebir cómo hombres que han renunciado enteramente al hábito de dirigirse a ellos mismos podrían elegir acertadamente a quienes han de conducirles; y no es posible que un gobierno liberal, enérgico y sabio, se establezca con los sufragios de un pueblo de esclavos”.
Ardua tarea la que se plantea, que, por un momento, me ha evocado aquellos
temibles encargos para ilustrar las consignas diarias en un apartado campamento
juvenil en Marbella. Hace justamente cincuenta años. Han cambiado muchas cosas en la forma, pero no tanto en el fondo. Las preguntas siguen martilleando sin cesar, mientras que las respuestas se muestran evanescentes.