Era Chesterton un pensador
profundo e ingenioso, pero no menos enrevesado. Raro es encontrar una frase
suya, en muchos de sus ensayos, que no tenga más de una intención. Premeditadamente,
confunde al lector y le hace caer en trampas interpretativas, cuando no lo deja
sumido en la incertidumbre. “Lo que está mal en el mundo”, título de una colección
de ensayos -enmendado, curiosamente, porque el originario, “Lo que está mal”, había
dado lugar a muchos malentendidos-, nos deja, de entrada, con alguna que otra
duda respecto a su verdadero alcance: “He llamado a este libro Lo que está
mal en el mundo y el resultado del título puede [según él] entenderse fácil
y claramente. Lo que está mal es que no nos preguntamos qué está bien”. Parafraseando
al escritor británico, ¿qué nos deberíamos plantearnos en el plano individual:
lo que está mal o lo que está bien?
Ya en el primer capítulo arremete
contra ciertas pautas metodológicas seguidas en el campo de la sociología:
¿debe declararse la enfermedad antes de encontrar la cura, o primero encontrar
la cura y luego declarar la enfermedad? E incide en la idea de que “la gran
dificultad en nuestros problemas públicos es que algunos hombres [y algunas
mujeres] pretenden imponer remedios que otros hombres [y otras mujeres]
contemplarían como la peor de las enfermedades; ofrecen como estados de salud
unas condiciones definitivas que otros [y otras] llamarían de buena gana
estados de enfermedad”.
Sin embargo, a veces, alguien puede
llegar a catalogar como situación de bienestar personal el padecimiento de una
enfermedad en estado latente o incluso perceptible. “La cura del bienestar”
muestra un repertorio de ejemplos escalofriantes.