25 de agosto de 2023

Conversaciones en el parque: la aritmética de la democracia

 

Cerca de donde vivo, hay un pequeño parque. Justamente enfrente están ultimando las instalaciones de una residencia de mayores. Es una especie de refugio, donde unos frondosos árboles protegen al visitante del implacable sol del mediodía. Ignoro si su acondicionamiento forma parte de alguna posible carga urbanística exigida a los promotores del nuevo centro, o si es una zona concebida para el esparcimiento de los numerosos canes que residen en la zona, como, de forma palpable, evidencian sus ubicuas huellas. Pero, hasta ahora, a ciertas horas, ofrecen sus bancos un remanso de paz donde reflexionar tranquilamente.

No hace mucho, allí tuve la oportunidad de conocer a Baldo, profesor de instituto que, por sólo algunos años, me ha tomado la delantera en el acceso a la etapa de la jubilación. Aunque no estoy muy seguro de que un profesor vocacional pueda llegar a jubilarse de verdad. Basta hablar diez minutos con él para tener la convicción de que Baldo ha sido un docente vocacional en grado acusado, y de que, fuera de las aulas, mantiene su inquietud intelectual, ávido de compartirla.

Así lo pude comprobar en nuestro segundo encuentro, cuando me trasladó un planteamiento suscitado por Juan Díez Nicolás. Me llamó la atención reencontrarme, de esta manera, con quien fuera catedrático de Sociología en la Facultad de Económicas de Málaga. Aún conservo el ejemplar del conocido texto “Sociología: entre el funcionalismo y la dialéctica”, que compré en el año 1975, aunque no tuve ocasión de recibir sus clases. Juan del Pino Artacho fue el encargado de impartir las clases -verdaderamente magistrales- de Sociología en la incomparable aula magna de la añorada antigua Facultad.

El argumento del profesor Díez Nicolás que me traslada Baldo es, en síntesis, el siguiente: dado que, en el sistema parlamentario español, los diputados no disponen, de facto, de autonomía individual para el ejercicio de su voto, que ha de encauzarse dentro de la disciplina de los respectivos partidos políticos, plantea la posibilidad de que, en aras de una mayor simplificación y operatividad, pudiera aplicarse un sistema de votación similar al existente en las juntas de accionistas de las sociedades mercantiles. Es decir, si hay, por ejemplo, once partidos con representación parlamentaria, bastaría con que compareciera sólo un representante por cada uno de esos partidos y se aplicara el voto ponderado correspondiente al peso en escaños de cada uno de ellos.

Le comenté a Baldo que, en mi opinión, la cuestión es lo suficientemente compleja como para analizarla detenidamente. La propuesta, aunque no creo, prima facie, que pudiera encajar en los mecanismos constitucionales, tiene un interés en el contexto de los sistemas de votación. A este respecto, me vino a la cabeza una controversia suscitada en relación con la composición de las mesas de negociación laboral en el ámbito empresarial. Aunque suele concederse mucha importancia al número de miembros de cada organización sindical con derecho a forma parte de aquéllas, lo cierto es que es, para validar la eficacia de un acuerdo, lo relevante no es el número de miembros presentes, sino el porcentaje de representación atribuido a cada organización.



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