7 de agosto de 2023

How can you mend a broken… tax system

 

Hace ya tiempo, los Bee Gees nos enseñaron lo difícil que es reparar un corazón roto[1]. Ese tipo de situaciones tiene una enorme trascendencia en el plano personal, a veces de manera irreparable. La dificultad de arreglo se extiende también a otras situaciones de carácter colectivo con enormes repercusiones sociales e individuales. Las que conciernen a los sistemas fiscales son particularmente relevantes y, asimismo, especialmente complicadas de arreglar. Al final, todos los caminos nos conducen al terreno de la imposición. Ahí es donde, ya sin retórica y desprovisto de todo ropaje o envoltorio, percibimos el otro lado, el menos amable, de la actividad presupuestaria del sector público. La percepción social ganaría en transparencia y celeridad si todas las propuestas relativas a los programas de gasto público se trazaran en paralelo con el aporte, a la postre imprescindible, del caudal recaudatorio. La escisión instalada entre las dos vertientes del presupuesto no ayuda precisamente en ese propósito.

Según el consejo editorial del diario Financial Times, es hora de arreglar el deteriorado sistema fiscal del Reino Unido[2]. Así lo expresa en un artículo de hoy mismo, pero es casi inevitable no tener la sensación de un repetitivo “déjà vu”. El mismo mensaje, expresado de una u otra forma, viene apareciendo a lo largo de los últimos años, si no décadas. No es menos cierto que Reino Unido tiene y mantiene una larga tradición de análisis y discusión de las propuestas de reforma fiscal. El titular podría, cómo no, hacerse extensivo a otros muchos países, al igual que el inventario de los factores que impulsan las necesidades de gasto público (envejecimiento poblacional, transición ecológica, deterioro de los servicios públicos, nuevos riesgos, conflictos internacionales…).

“El sistema fiscal de Gran Bretaña está deficientemente diseñado para una nación del siglo XXI que necesita desesperadamente, una vez más, que aumenten los ingresos”. Vaya novedad. Lo llamativo en este caso es que, según los autores del texto, “todo esto ocurre mientras la presión fiscal… es ya alta según los estándares históricos y alcanza su mayor nivel desde la Segunda Guerra Mundial”. No menos llamativo es el hecho de que la presión fiscal en Reino Unido era, en 2021, del 33,5%, bastante inferior a la media de los países de la OCDE y a la de España.

Sin embargo, para los editores del Financial Times, unos mayores niveles de fiscalidad no son realistas políticamente, como tampoco replegar los servicios públicos, ni recurrir aún más a la deuda pública.

En su lugar, recomiendan encomendarse al estímulo del crecimiento económico, si bien éste se ve socavado por las deficiencias de productividad. La reforma y la simplificación del sistema tributario podrían ser, se arguye, una forma de alterar la situación. Plantean, en este sentido, algunas líneas de reforma para promover el crecimiento económico a largo plazo que, a su vez, generarían mayores ingresos, tales como las siguientes: i) gravar mejor los “males” como la contaminación y la congestión; ii) capturar más “rentas económicas” (vgr., la propiedad de un recurso limitado como la tierra); y iii) suprimir los desincentivos existentes para a inversión productiva.

No parece que la potencia de fuego que puede lograrse a través de estas vías sea la suficiente a tenor de la situación descrita, pero habrá que esperar a la anunciada concreción de las propuestas. Lo que sí dejan claro es que “la reforma fiscal no es fácil, pero la perspectiva de tratar de gobernar de manera efectiva sin ingresos suficientes no lo es menos”.



[2] Vid. “It is time to fix Britain’s broken tax system”, Financial Times, 7-8-2023.

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