Hace ya tiempo, los Bee
Gees nos enseñaron lo difícil que es reparar un corazón roto[1].
Ese tipo de situaciones tiene una enorme trascendencia en el plano personal, a
veces de manera irreparable. La dificultad de arreglo se extiende también a
otras situaciones de carácter colectivo con enormes repercusiones sociales e
individuales. Las que conciernen a los sistemas fiscales son particularmente relevantes
y, asimismo, especialmente complicadas de arreglar. Al final, todos los caminos
nos conducen al terreno de la imposición. Ahí es donde, ya sin retórica y
desprovisto de todo ropaje o envoltorio, percibimos el otro lado, el menos amable,
de la actividad presupuestaria del sector público. La percepción social ganaría
en transparencia y celeridad si todas las propuestas relativas a los programas
de gasto público se trazaran en paralelo con el aporte, a la postre imprescindible,
del caudal recaudatorio. La escisión instalada entre las dos vertientes del presupuesto
no ayuda precisamente en ese propósito.
Según el consejo editorial del
diario Financial Times, es hora de arreglar el deteriorado sistema fiscal del
Reino Unido[2].
Así lo expresa en un artículo de hoy mismo, pero es casi inevitable no tener la
sensación de un repetitivo “déjà vu”. El mismo mensaje, expresado de una u otra
forma, viene apareciendo a lo largo de los últimos años, si no décadas. No es
menos cierto que Reino Unido tiene y mantiene una larga tradición de análisis y
discusión de las propuestas de reforma fiscal. El titular podría, cómo no,
hacerse extensivo a otros muchos países, al igual que el inventario de los factores
que impulsan las necesidades de gasto público (envejecimiento poblacional, transición
ecológica, deterioro de los servicios públicos, nuevos riesgos, conflictos
internacionales…).
“El sistema fiscal de Gran
Bretaña está deficientemente diseñado para una nación del siglo XXI que necesita
desesperadamente, una vez más, que aumenten los ingresos”. Vaya novedad. Lo
llamativo en este caso es que, según los autores del texto, “todo esto ocurre
mientras la presión fiscal… es ya alta según los estándares históricos y
alcanza su mayor nivel desde la Segunda Guerra Mundial”. No menos llamativo es
el hecho de que la presión fiscal en Reino Unido era, en 2021, del 33,5%,
bastante inferior a la media de los países de la OCDE y a la de España.
Sin embargo, para los editores
del Financial Times, unos mayores niveles de fiscalidad no son realistas políticamente,
como tampoco replegar los servicios públicos, ni recurrir aún más a la deuda
pública.
En su lugar, recomiendan encomendarse
al estímulo del crecimiento económico, si bien éste se ve socavado por las
deficiencias de productividad. La reforma y la simplificación del sistema tributario
podrían ser, se arguye, una forma de alterar la situación. Plantean, en este sentido,
algunas líneas de reforma para promover el crecimiento económico a largo plazo
que, a su vez, generarían mayores ingresos, tales como las siguientes: i)
gravar mejor los “males” como la contaminación y la congestión; ii) capturar
más “rentas económicas” (vgr., la propiedad de un recurso limitado como la tierra);
y iii) suprimir los desincentivos existentes para a inversión productiva.
No parece que la potencia de
fuego que puede lograrse a través de estas vías sea la suficiente a tenor de la
situación descrita, pero habrá que esperar a la anunciada concreción de las
propuestas. Lo que sí dejan claro es que “la reforma fiscal no es fácil, pero
la perspectiva de tratar de gobernar de manera efectiva sin ingresos suficientes
no lo es menos”.
[1] Tiempo
Vivo : “How can you mend a broken heart”: el legado de los “Bee Gees”
(neotiempovivo.blogspot.com)
[2] Vid. “It
is time to fix Britain’s broken tax system”, Financial Times, 7-8-2023.