Contiene el Levítico un
extenso mosaico de disposiciones y preceptos, de la más diversa estirpe, transmitidos
por el Señor por conducto de Moisés. Algunos son realmente impactantes, cuando
no sobrecogedores. La ley del talión aparece expresada de la forma más
explícita, como también lo son los castigos por la comisión de faltas de las más
diversas facturas. La riqueza descriptiva es extraordinaria, como también la claridad
meridiana en la evocación de situaciones embarazosas.
La prohibición del interés, en
forma dineraria o en especie, se muestra como una barrera inexpugnable. También
la exclusión de la venta de tierras a perpetuidad, sobre la base de una argumentación
(“porque la tierra es mía y vosotros sois emigrantes y criados en mi propiedad”)
que bien podría esgrimirse para afianzar la doctrina del impuesto único sobre
la tierra.
Los deberes religiosos y
sociales instan a huir del maximalismo en la recolección de los frutos de la naturaleza:
“No harás el rebusco de tu viña ni recogerás los frutos caídos en tu huerto,
sino que lo dejarás para el pobre y el emigrante”.
Implican también un rechazo al
cortoplacismo en las inversiones: “Cuando hayáis entrado en la tierra y hayáis
plantado árboles frutales, consideraréis sus frutos como impuros durante tres
años y no los comeréis. El cuarto año todos sus frutos serán consagrados al
Señor en ofrenda festiva. A partir del quinto año podréis comer los frutos y
así aumentarán vuestras cosechas”.
Y, entre otros mandamientos,
no falta uno de marcado corte social: “No oprimas ni explotes a tu prójimo; no
retengas el sueldo del jornalero hasta la mañana siguiente”. La ecuanimidad es
objeto de una referencia expresa: “No procederás injustamente en los juicios…
juzgarás con justicia a tu prójimo”.
No son, pues, pocos los
rastros de los criterios ASG que pueden encontrarse en los mandamientos
dictados en el monte Sinaí. Y, como cierre, el papel de los diezmos, que, ya “sean
de los productos de la tierra o de los frutos de los árboles, pertenecen al
Señor y son sagrados”.