El libro sapiencial se
interpone en mi camino. A sus páginas me conduce de nuevo, inexplicablemente,
otro ejemplar de las Sagradas Escrituras abierto al azar. “Ser uno mismo sin
pretensiones”, es el título que encabeza una colección de máximas. Sirve la primera
como valioso contrapunto de posibles vanas pretensiones y elucubraciones
caprichosas aunque pasajeras: “No presumas de listo al hacer tu tarea, ni te
jactes cuando estés en aprietos”.
Sin embargo, inmediatamente después
de poner las cosas en su sitio aparece otra que invita a no caer en el derrotismo
absoluto: “Hijo, valórate en tu justo valor. ¿Quién defenderá a quien se daña a
sí mismo?”. Pero, ¿cómo podemos estar seguros de alcanzar la justicia en la
valoración de una obra, ya sea propia o ajena?
Tal vez no del todo ajustados
a esta duda, otros pensamientos pueden resultar sumamente instructivos en la
faceta evaluadora: “No censures antes de informarte, reflexiona primero y juzga
después. No respondas antes de escuchar, ni interrumpas el discurso de otro”.