Es lo primero el
título original de la novela, pero en la edición española se aporta una pista
en absoluto irrelevante, al atribuir expresamente el anonimato a ciertas
últimas moradas. Estas ven, en cualquier caso, abundantemente alimentada su
demanda, como mera trivialidad, en las novelas de John Connolly. La densidad en
materia mortuoria es francamente elevada en todas las protagonizadas por el
desafortunado detective Parker. La singularidad de la entrega comentada es que
el protagonista apenas aparece a lo largo de la trama, pero eso no impide,
desde luego, que persista dicho rasgo intrínseco.
Como se ha dejado
recogido en algunas entradas anteriores de este espacio, los incentivos
marginales para continuar siendo seguidor de la serie habían ido decayendo de
forma palmaria. También, sin duda, el agotamiento ligado a la pesada carga de
los años acumulados no deja de ser un factor que aporta su parte alícuota en un
freno generalizado, singularmente en el aletargado horario nocturno. Puede que
pronto lleguen días en los que ya no haya excusa en cuanto a la disponibilidad
de tiempo, cuyo horizonte, en contraposición, va inexorablemente menguando.
En esta ocasión,
no he tenido más remedio que sortear la disciplina autoimpuesta a fin de
emprender, si quiera furtivamente, la lectura del relato, a tenor de la promesa
hecha a Arsenio, que fue quien me regaló el ejemplar. No lo veía desde hacía
tiempo, puesto que tampoco son ya frecuentes los paseos por el barrio. No sé
cómo se enteró, pero fue a esperarme a la salida de un examen. Entusiasmado, me
dijo que, según algunas reseñas, se trataba de la novela más lograda por el
padre literario de “Bird”.
No me es fácil, sin
embargo, en este caso, forjarme una idea clara del juicio que debería emitir de
esta nueva historia “parker(less)iana”, pues, en verdad, las condiciones de
lectura y la energía con la que se asume la tarea ejercen una influencia notable
en la apreciación y la valoración de cualquier composición escrita. La
contundencia del impacto por las atrocidades descritas, en primer o segundo
planos, en directo o en diferido, aparece -business as
usual- con extrema crudeza, como hilo conductor. Con el agravante
añadido de rememorar episodios trágicos vividos en la cruenta realidad de encarnizados
conflictos de origen nacionalista acontecidos después de la desintegración de
un sistema político que en su día se catalogaba benignamente, en los manuales
de Economía, como representativo del socialismo de mercado.
La trama de la
novela apenas roza el acostumbrado paisaje de Maine, para trasladarse a varias
capitales europeas, con singular protagonismo de Ámsterdam y Viena. Una
horripilante ceremonia acaecida en la primera de estas ciudades será a la
postre el detonante de una sucesión de actos sangrientos al más puro estilo
connolliano, que al respecto no parecen conocer límites. La colección de
personajes monstruosos, implacables e inabarcables en su letalidad, no cesa de
expandirse de una entrega a otra.
La venganza
planificada y urdida mediante una complicada operación reticular -potenciada
por el uso de instrumentos tecnológicos -léase drones, entre otros- es el motor
de la narración.
Pero una cosa es
que Parker no asuma el papel estelar y otra bien distinta que quede exonerado
de grandes peligros. La aparición de los ángeles de la guarda encarnados en los
hermanos Fulci y el espectro de la propia hija del detective queda igualmente
garantizada, aunque con resultados inciertos.
La febril
imaginación del escritor irlandés para concebir escenas de violencia rivaliza
con la descripción de algunos de los horrores de la guerra de los Balcanes. El
lector se ve impelido a percibir testimonios desgarradores y a reflexionar
acerca de la sinrazón de los conflictos bélicos, ya sean de orden local,
regional, nacional o internacional. Aunque John Connolly expresa al final del
libro su buena relación con los países mencionados en el relato, surgen algunas
dudas respecto a que fuese designado, de buen grado, como una especie de
embajador o representante de la marca nacional de algunos de ellos.