18 de julio de 2023

¿”Nameless ones”, o “Parkerless one”?

Es lo primero el título original de la novela, pero en la edición española se aporta una pista en absoluto irrelevante, al atribuir expresamente el anonimato a ciertas últimas moradas. Estas ven, en cualquier caso, abundantemente alimentada su demanda, como mera trivialidad, en las novelas de John Connolly. La densidad en materia mortuoria es francamente elevada en todas las protagonizadas por el desafortunado detective Parker. La singularidad de la entrega comentada es que el protagonista apenas aparece a lo largo de la trama, pero eso no impide, desde luego, que persista dicho rasgo intrínseco.

Como se ha dejado recogido en algunas entradas anteriores de este espacio, los incentivos marginales para continuar siendo seguidor de la serie habían ido decayendo de forma palmaria. También, sin duda, el agotamiento ligado a la pesada carga de los años acumulados no deja de ser un factor que aporta su parte alícuota en un freno generalizado, singularmente en el aletargado horario nocturno. Puede que pronto lleguen días en los que ya no haya excusa en cuanto a la disponibilidad de tiempo, cuyo horizonte, en contraposición, va inexorablemente menguando.

En esta ocasión, no he tenido más remedio que sortear la disciplina autoimpuesta a fin de emprender, si quiera furtivamente, la lectura del relato, a tenor de la promesa hecha a Arsenio, que fue quien me regaló el ejemplar. No lo veía desde hacía tiempo, puesto que tampoco son ya frecuentes los paseos por el barrio. No sé cómo se enteró, pero fue a esperarme a la salida de un examen. Entusiasmado, me dijo que, según algunas reseñas, se trataba de la novela más lograda por el padre literario de “Bird”.

No me es fácil, sin embargo, en este caso, forjarme una idea clara del juicio que debería emitir de esta nueva historia “parker(less)iana”, pues, en verdad, las condiciones de lectura y la energía con la que se asume la tarea ejercen una influencia notable en la apreciación y la valoración de cualquier composición escrita. La contundencia del impacto por las atrocidades descritas, en primer o segundo planos, en directo o en diferido, aparece -business as usual- con extrema crudeza, como hilo conductor. Con el agravante añadido de rememorar episodios trágicos vividos en la cruenta realidad de encarnizados conflictos de origen nacionalista acontecidos después de la desintegración de un sistema político que en su día se catalogaba benignamente, en los manuales de Economía, como representativo del socialismo de mercado.

La trama de la novela apenas roza el acostumbrado paisaje de Maine, para trasladarse a varias capitales europeas, con singular protagonismo de Ámsterdam y Viena. Una horripilante ceremonia acaecida en la primera de estas ciudades será a la postre el detonante de una sucesión de actos sangrientos al más puro estilo connolliano, que al respecto no parecen conocer límites. La colección de personajes monstruosos, implacables e inabarcables en su letalidad, no cesa de expandirse de una entrega a otra.

La venganza planificada y urdida mediante una complicada operación reticular -potenciada por el uso de instrumentos tecnológicos -léase drones, entre otros- es el motor de la narración.

Pero una cosa es que Parker no asuma el papel estelar y otra bien distinta que quede exonerado de grandes peligros. La aparición de los ángeles de la guarda encarnados en los hermanos Fulci y el espectro de la propia hija del detective queda igualmente garantizada, aunque con resultados inciertos.

La febril imaginación del escritor irlandés para concebir escenas de violencia rivaliza con la descripción de algunos de los horrores de la guerra de los Balcanes. El lector se ve impelido a percibir testimonios desgarradores y a reflexionar acerca de la sinrazón de los conflictos bélicos, ya sean de orden local, regional, nacional o internacional. Aunque John Connolly expresa al final del libro su buena relación con los países mencionados en el relato, surgen algunas dudas respecto a que fuese designado, de buen grado, como una especie de embajador o representante de la marca nacional de algunos de ellos. 





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