Dice Pilita Clark[1]
que no conoce en el idioma inglés ninguna palabra para el acto de escribir un
correo electrónico a un amigo para quejarse de un colega de trabajo detestado,
y enviarlo directamente al colega detestado, en vez de al amigo. Tampoco yo
conozco un vocablo apropiado en español, salvo que se recurra a alguna expresión
poco elegante, que tiende a universalizarse, utilizada indiscriminadamente para
referirse a las más diversas situaciones fallidas.
Con independencia de la denominación
del supuesto considerado, parece que constituye una práctica -naturalmente no
deseada- bastante frecuente entre los empleados británicos y estadounidenses,
que, en un 40%, han incurrido en ella. En un elevado porcentaje, con dramáticas
consecuencias para su posición laboral[2].
Quien esté habituado a trabajar
con ese canal de comunicación a un ritmo intenso sabe que los riesgos de remisión
indebida de correos son considerablemente elevados. Ya sea por la inoportuna inserción
automática de direcciones improcedentes, por un desafortunado intercambio de
las opciones de respuesta y reenvío, u otras causas de efectos similares, los
errores propios cuentan con bastantes papeletas.
Los peajes y las servidumbres
de los modernos medios tecnológicos son numerosos y pueden llegar a tener un impacto
notable y, en algunos casos, irreversible. Todas las cautelas son pocas, pero,
en el fragor de la inundación de misivas, el trade-off “seguridad-rapidez” tiende a jugar malas
pasadas. Una opción automática de confirmación obligatoria de envíos podría
venir a paliar el problema, aunque a costa de desequilibrar ese trade-off.