8 de diciembre de 2022

¿Libertad (comercial) sin ira con la “IRA”?

 

La canción “Libertad sin ira” que el grupo Jarcha popularizó en el año 1976 es uno de los iconos de la denominada etapa de la transición democrática en España. Si nos trasladamos del escenario político al del comercio internacional, podría convenirse que en este también es posible ese deseable binomio, aunque, en la práctica, no sea fácil conseguirlo. Si existen plenas garantías de que el precio de los productos que se comercializan internacionalmente no se ve alterado por prácticas restrictivas a la importación, ni por otras favorecedoras de la exportación, en principio, será asumible que los flujos comerciales vengan determinados por razones de estricta competitividad. La libertad comercial prevalecería sin reparos ni reticencias de las partes implicadas en las transacciones internacionales. La experiencia demuestra, sin embargo, que no es tarea sencilla ponerse de acuerdo respecto a lo que son acciones distorsionantes o no del comercio internacional. La larga lista de litigios en el seno de los organismos internacionales sobre la materia da buena fe de ello.

La transición hacia una economía verde y sostenible es un objetivo que cuenta con un respaldo, al menos en el plano declarativo, bastante extendido. El grado de acuerdo es menor respecto a la forma de impulsarla y, especialmente, no es ajeno a las repercusiones que las medidas adoptadas tengan en las diferentes economías y en los flujos comerciales y de inversión internacionales.

Así, por ejemplo, la Unión Europea (UE) ve con buenos ojos que la economía estadounidense se reverdezca, pero se muestra bastante reticente respecto a la utilización de un ingente paquete de estímulos a empresas, cifrado en 369.000 millones de dólares, incluido en la “Inflation Reduction Act” (IRA), por entender que podría vulnerar los principios del libre comercio.

A lo largo de los últimos meses, según Sean Bray, Alex Muresianu, y Daniel Bunn[1], las percepciones europeas sobre la IRA han sido una montaña rusa. Debe tenerse en cuenta que “In tax policy, there are two approaches to mitigate climate change, colloquially called carrots and sticks. Carrots are subsidies designed to reduce emissions—think tax credits for green energy or carbon capture technology. Sticks, such as carbon taxes, penalize emissions. Both approaches change the relative prices of different activities based on how much carbon they emit. The Inflation Reduction Act primarily chooses the carrot approach over the sticks by financing tax credits with mostly non environmental tax increases. The Inflation Reduction Act includes dozens of policies targeted at different green technologies, aiming to reduce emissions from different sectors of the economy”.

La situación es analizada por The Economist (3-12-2022) en un artículo con un título bastante expresivo: “United States, divided Europe”. En él se examinan diversas opciones para que la UE pueda contrarrestar la situación. Recurrir a la Organización Mundial de Comercio, aparte de otros inconvenientes, no parece una opción muy prometedora. La resolución de algunos litigios ha llegado a demorarse 17 años. Otra alternativa sería responder con un programa de estímulos similar al de la IRA, a escala de la UE, línea en la que se posiciona la presidencia de la Comisión Europea. Como en otras cuestiones, la falta de una unión presupuestaria y fiscal actúa como una rémora considerable.

The Economist, tras valorar el panorama suscitado, señala que las quejas europeas sobre el proteccionismo estadounidense tendrían más peso si la UE no hubiese diseñado algunas políticas semejantes a las impulsadas por la Administración Biden. Esta, de alguna manera, da continuidad a la pretensión de cierta política de la Administración anterior, aprovechando el conocido acrónimo “MAGA”, con una leve adaptación: “Make America Green Again”.



[1] “How the Inflation Reduction Act Affects the Future of U.S.-EU Tax and Trade Cooperation”, Tax Foundation, 9-11-2022.


Entradas más vistas del Blog