No resulta demasiado extraño
atribuir a la Scroogenomics un marcado carácter estacional. Al margen de
la etiqueta que aporta el célebre personaje dickensiano, es en la época navideña
donde, cada año, se concentran los intercambios de regalos. También cada año,
en estas fechas, proliferan los análisis económicos sobre la pérdida de
eficiencia ligada a esa arraigada costumbre. Ya en el año 1993, como recuerda
The Economist[1], Joel
Waldfogel identificó la “pérdida de peso muerto” debida a la diferencia entre
el coste de los regalos navideños y la valoración efectuada por los
destinatarios[2].
Según una estimación, el volumen de artículos no deseados por los receptores
destruye un 12% del coste correspondiente, cifra que quizás no se antoja como
demasiado elevada.
El recurso a las tarjetas-regalo
otorga una libertad de elección, y evita la referida pérdida de eficiencia,
pero a costa de sacrificar la personalización. También la fórmula del ticket-regalo,
aun cuando su uso pueda implicar la confirmación de una inadecuada elección de origen.
El análisis económico aporta interesantes
perspectivas sobre la eficiencia de la costumbre de los regalos, si bien se
enfrenta a la dificultad de incorporar el factor psicológico, que puede tener
una gran relevancia. Todo regalo tiene un componente material y un componente
emotivo. Este último, imposible de cuantificar, puede ser muy superior al
primero. No obstante, si se aplicara un enfoque radical del impuesto de
Harberger, nos veríamos en un aprieto a la hora de marcar el valor de nuestras
pertenencias personales[3].
Al menos como experimento social podría ser una vía ilustrativa.