“El hecho de que haya una amplia
divergencia entre muchas de las conclusiones prácticas de la ciencia económica,
tal y como se han establecido por sus exponentes profesionales, y el pensamiento
del público en general, como se refleja en las discusiones actuales y en la legislación,
es algo familiar para todo el mundo… La visión actual de las cuestiones en liza
entre las partes contendientes es que los prominentes economistas del pasado…
construyeron una ciencia abstracta que el pensamiento y la experiencia recientes
han demostrado que es inaplicable al estado actual de la sociedad industrial.
Tales autores estaban tan
ansiosos por hacer de sus conclusiones los únicos principios directores de la
legislación económica, que ignoraron las dificultades derivadas de las
complejas condiciones del organismo social que existe en la actualidad. Su
sistema ha sido, sin embargo, enseñado y llevado a efecto con tal persistencia
que el resultado es una rebelión que amenaza ahora con hacer zozobrar la
estructura completa de la ciencia económica. Desde este punto de vista, la divergencia
se da entre un sistema coherente pero un tanto anticuado, en su mayor parte
perteneciente al pasado, y un cuerpo de nuevas ideas introducidas por una
generación más joven de pensadores”.
Argumentaciones como la
transcrita han sido y son moneda común en los últimos tiempos, dentro de una
gran corriente de crítica y revisión de los postulados económicos. Podemos encontrar
proposiciones similares en revistas académicas actuales.
La larga cita procede de un número
del Quarterly Journal of Economics, pero se da la circunstancia de que
no es de ayer, sino que acumula casi 130 años, desde que Simon Newcomb
publicara, en el año 1893, su conocido artículo titulado “The Problem of Economic
Education”. No puede decirse que Newcomb eligiera un tema llamado a quedar
pronto desfasado.