El retraso con el que los estudios
universitarios de Economía lograron asentarse en España es sobradamente
conocido. En el recinto de la Facultad de Económicas de Málaga, la memorable
sentencia de Keynes con motivo de su visita a España nos lo recuerda de alguna
manera. Pero en modo alguno eso significa que mucho antes de la consagración de
los estudios universitarios el pensamiento económico hubiese estado huérfano de
relevantes aportaciones hispanas. Especialmente gracias al “descubrimiento” de Marjorie
Grice-Hutchinson, los maestros de la Escuela de Salamanca ocupan hoy un elevado
pedestal en la configuración de las doctrinas económicas. Algunas de sus aportaciones
siguen, cinco siglos después, causando admiración por su perspicacia, solidez y
creatividad. En buena medida, la influyente Escuela Austríaca de Economía, surgida
en las postrimerías del siglo XIX, bebe de sus fuentes. Tanto es así, según
algunas interpretaciones, que el profesor Jesús Huerta de Soto, considerado un
representante actual de dicha corriente, está “empeñado en rebautizar, para que
no se conozca más con el nombre de escuela austríaca, sino que se conozca con
el nombre de ‘Escuela Española’, porque es el verdadero nombre que le
corresponde en atención a quienes son sus iniciadores”.
Así lo afirma en un ensayo en el
que vierte jugosas manifestaciones y donde, por cierto, no sale demasiado bien
parado el venerado Adam Smith[1].
[1]
“El obispo Diego de Covarrubias, los escolásticos españoles y la Escuela
Austriaca de Economía”, en León M. Gómez Rivas (coord.), “Don Diego de
Covarrubias. Un defensor de la libertad política y económica en la Escuela de
Salamanca”, Unión Editorial, Centro Diego de Covarrubias, 2022.