En la obra “Armonías económicas”
de Frédéric Bastiat[1] se
incluye un capítulo dedicado a los servicios privados y los servicios públicos.
En él trata Bastiat de refutar una creencia que, en buena medida, ha llegado a
nuestros días: “La palabra gratuito, aplicada a los servicios públicos,
encierra el más grosero y el más pueril de los sofismas. Me admira que el
público se deje engañar por esa palabra; porque nada hay que lo sea en el
sentido absoluto. Los servicios públicos cuestan a todo el mundo, y porque todo
el mundo paga por anticipado es por lo que no cuestan nada cuando se reciben.
El que ya pagó su parte en la cotización general no acudirá a la industria
privada a que le presta el servicio pagándolo”.
Mientras que la distinción entre
el coste de producción de un servicio y la forma de puesta a disposición de la
sociedad queda patente, no necesariamente ocurre lo mismo con las otras aseveraciones
del pensador francés. La aplicación estricta del principio impositivo de la
capacidad económica, que rompe cualquier vínculo entre la vertiente
contributiva y la recepción efectiva de servicios públicos por los
contribuyentes, asi como las posibles restricciones de acceso, de facto
o de iure, a personas concretas no vienen sino a matizar algunas de las
consideraciones expuestas en la referida obra[2].
Como no podía ser de otra manera
a tenor de su posicionamiento filosófico, Bastiat se declara partidario de la
aplicación de impuestos equivalentes a los servicios recibidos por los contribuyentes.