2 de noviembre de 2022

Del amor a la alabanza y a ser loable

 

Ayer mismo alguien me preguntaba a qué dedicaría mi tiempo -ese don de duración incierta- a partir de la situación de jubilación. En ella llevo, de hecho, colocado algunos meses, según algunos observadores, pese a mis infructuosos intentos de rebatir su supuesta compatibilidad con el desempeño formal de actividades académicas. No es menos cierto, si hacemos caso de la afilada pluma del Profesor Molina Morales, cuando afirmaba que señeros miembros del claustro académico llevaban décadas en verdadero estado de “reserva inactiva”, que otras posiciones especiales pueden ser factibles en la práctica. Alguien puede interpretarlas como una panacea, aunque no por ello uno esté dispuesto a arrendarle las ganancias.

En cualquier caso, llegado el momento, si es que llega y hay facultades suficientes, la lectura o la relectura de obras significativas, de distintos estilos y épocas, podría ser una tarea para comenzar con mayor o menor determinación. Quién sabe. Algunas estarían necesariamente incluidas en la lista. De Adam Smith, “La teoría de los sentimientos morales” se disputaría el tiempo con “La riqueza de las naciones”. La sabiduría incluida en una y otra se antojan un caudal inacabable. Se abran por donde se abran, encontramos siempre en esos libros alguna idea que nos atrapa y nos lleva a la reflexión.

En uno de los capítulos del primero de ellos hallamos este sugerente título: “Del amor a la alabanza y a ser loable; y del pavor al reproche y a ser reprochable”. “El deseo de ser laudable no se deriva en absoluto exclusivamente del apego a la alabanza”, afirma Smith, que también nos recuerda que “la persona que nos aplaude por acciones que no realizamos o por motivaciones que nunca influyeron sobre nuestra conducta no nos aplaude a nosotros sino a algún otro”.

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