5 de agosto de 2022

Los síndromes del espectador de arte

 

Recuerdo cómo el siempre añorado profesor Agustín Clavijo, en sus magistrales clases de Historia del Arte en el Instituto de Martiricos, nos contaba cómo el gran especialista Camón Aznar acudía cada sábado al Museo del Prado para extasiarse contemplando hasta el más ínfimo detalle de “Las Meninas”. Puede ser que el tiempo de dedicación a la contemplación de una obra de arte guarde relación con el grado de pericia interpretativa, y, por supuesto, con la complejidad de aquélla, pero cualquier objeto artístico merece y requiere de una dedicación de tiempo mínima, no ya para su análisis profundo, sino para su apreciación y contextualización básicas. Seguramente cabría establecer algún estándar como referencia.

Hoy día, es universalmente conocido el famoso síndrome que aquejó a Henri Beyle, más identificable como Stendhal, a raíz de su visita a Florencia. La abundancia de obras de arte es capaz de desatar en un espectador sensible un cuadro de trastornos psicosomáticos. Ciertamente, la visita a la Basílica de la Santa Cruz en esa ciudad italiana ofrece una buena oportunidad para el contraste empírico.

Ante una elevada concentración de obras de arte, el espectador no tiene más remedio que, dentro de la más implacable ley económica, llevar a  cabo una ineludible asignación de recursos sumamente escasos. Ese desequilibrio se acentúa y se multiplica cuando nos encontramos delante de un elenco de creaciones artísticas de gran calidad y significación. El aspirante a observador se ve completamente desarbolado, totalmente impotente, incapaz de gestionar la situación.

Cuán difícil resulta entonces realizar una asignación eficiente de recursos, máxime si no se dispone de los conocimientos necesarios para proceder a una buena selección. La impotencia y la angustia se apoderan del espectador, y, aunque no sepa cuál es el nombre apropiado, se ve afectado por un síndrome perturbador. No es el único. La admiración, unida a la estupefacción, se expande cuando uno se pregunta cómo es posible que, en tiempos pretéritos, de medios limitados y de técnicas preindustriales, se alcanzaran semejantes cotas de dificultad, minuciosidad, armonía y belleza. A veces da la impresión de que sus artífices estaban dotados de poderes sobrenaturales para materializar los cánones de la perfección.



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