Era a comienzos del verano de 1992, hace ya casi treinta años. La reunión se
celebraba en la sede de Los Guindos, y el consejo de administración de una recién
constituida sociedad anónima deportiva denominada Baloncesto Málaga se disponía
a adoptar una decisión trascendental. Con los ojos de hoy puede verse como una elección
lógica, fácil y acertada, pero en su momento fue controvertida y arriesgada, además
de generadora, como otras, de costes y efectos colaterales nada gratos. Javier
Imbroda recibió la encomienda de regir los destinos deportivos del Unicaja en
su nueva andadura. Precedido por su buen hacer en la sorprendente trayectoria de
un club con hechura auténticamente colegial, pasaba a dar un salto cualitativo
y a situarse en un nivel más elevado de exigencia.
Pronto me di cuenta de que, más que un entrenador típico, era un pedagogo,
una especie de predicador incansable de una filosofía articulada en torno a un cuadro
de valores ligados a la ética, el compromiso y el espíritu de superación, dispuesto
a hacer frente a retos imposibles y apuntar hacia metas inverosímiles. Todo lo
tenía escrito en su venerado cuaderno, donde iba recogiendo los fundamentos de
su doctrina. En él atesoraba los mil y un programas que imaginaba, para incorporar
a los jóvenes a una formación deportiva y vital integral. Pese a esa inspiración
humanista y a su bonhomía natural, se transformaba luego en la cancha para dar paso
a una energía desbordante y a una garra competitiva que irradiaba a sus
jugadores, a quienes impulsaba por encima de sus propias capacidades.
Muchos se mostraban escépticos con la efectividad de su catecismo, pero,
contra todo pronóstico, cuando nadie lo esperaba, logró obrar algo parecido a
un milagro, y con ello cambió el rumbo de la historia deportiva y emocional de
su ciudad de acogida.
Juntos trazamos proyectos ilusionantes y diseñamos un plan para su
incorporación a otras esferas de promoción deportiva y educativa. Todo estaba
listo para la rúbrica del documento, pero, desgraciadamente, simplemente por cuestiones
de timing, no llegó a materializarse. Fue una gran decepción personal
para ambos, pero eso no impidió seguir manteniendo el aprecio mutuo.
En el año 1998 se involucró en otros destinos profesionales, pero siempre
mantuvo vivo el cariño hacia su club, y, de hecho, en más de una ocasión, me
transmitió su deseo de retornar a él, algún día, para proseguir su labor fuera
de las pistas. Por todos los sitios por donde pasó, en el mundo deporte, del
emprendimiento, de la gestion pública, o del coaching (¿o habría que decir,
más bien, “imbroding”?), fue fiel a su filosofía y a su estilo, y dejó
huellas imborrables. “Unir sentimientos, esa es la esencia de un equipo”, fue
el mantra que impregnó a todos. Javier, mejor que nadie, era capaz de convencer
a los miembros de sus equipos, dentro y fuera de las canchas deportivas, de que
esta célebre meditación de Marco Aurelio puede ser algo más que una mera construcción
retórica: “Si algo te resulta difícil de realizar, no supongas por ello que es
imposible. Piensa que, si algo es humanamente posible y propio, tú lo puedes
lograr”.
Durante mucho tiempo anhelé que, alguna vez, conquistara un título que compensara
el que rozamos con la yema de los dedos en mayo de 1995. Fue una frustración no
haber vivido un evento como ese protagonizado por él, pero estaba equivocado.
En realidad, Javier llevaba bastante tiempo consiguiendo títulos más valiosos. La
extensión de su modelo personal, de su filosofía humanista, al ámbito del
deporte y a otros órdenes de la vida, ha sido en sí misma su gran hito, la
clave de su merecida gloria.
Hace años, pasó un día a recogerme para dar un paseo y tener una charla
sobre nuestras inquietudes comunes. En el equipo de música de su automóvil
sonaba una canción (“Fairground”) de un grupo que le entusiasmaba. Más adelante
me di cuenta de que, en el fondo, él se dedicaba a interpretar la letra de esa
canción en la vida real: “I love the thought of giving hope to you… Just a
little ray of light shining through”. A partir de ahora, esté donde esté,
conduciendo por una carretera sin fin, seguirá dándonos esperanzas a todo. Su
recuerdo y su ejemplo permanecerán como un rayo de luz que nunca que se
extinguirá.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)