21 de abril de 2022

Javier Imbroda: sentimiento, equipo y gloria

Era a comienzos del verano de 1992, hace ya casi treinta años. La reunión se celebraba en la sede de Los Guindos, y el consejo de administración de una recién constituida sociedad anónima deportiva denominada Baloncesto Málaga se disponía a adoptar una decisión trascendental. Con los ojos de hoy puede verse como una elección lógica, fácil y acertada, pero en su momento fue controvertida y arriesgada, además de generadora, como otras, de costes y efectos colaterales nada gratos. Javier Imbroda recibió la encomienda de regir los destinos deportivos del Unicaja en su nueva andadura. Precedido por su buen hacer en la sorprendente trayectoria de un club con hechura auténticamente colegial, pasaba a dar un salto cualitativo y a situarse en un nivel más elevado de exigencia.

Pronto me di cuenta de que, más que un entrenador típico, era un pedagogo, una especie de predicador incansable de una filosofía articulada en torno a un cuadro de valores ligados a la ética, el compromiso y el espíritu de superación, dispuesto a hacer frente a retos imposibles y apuntar hacia metas inverosímiles. Todo lo tenía escrito en su venerado cuaderno, donde iba recogiendo los fundamentos de su doctrina. En él atesoraba los mil y un programas que imaginaba, para incorporar a los jóvenes a una formación deportiva y vital integral. Pese a esa inspiración humanista y a su bonhomía natural, se transformaba luego en la cancha para dar paso a una energía desbordante y a una garra competitiva que irradiaba a sus jugadores, a quienes impulsaba por encima de sus propias capacidades.

Muchos se mostraban escépticos con la efectividad de su catecismo, pero, contra todo pronóstico, cuando nadie lo esperaba, logró obrar algo parecido a un milagro, y con ello cambió el rumbo de la historia deportiva y emocional de su ciudad de acogida.

Juntos trazamos proyectos ilusionantes y diseñamos un plan para su incorporación a otras esferas de promoción deportiva y educativa. Todo estaba listo para la rúbrica del documento, pero, desgraciadamente, simplemente por cuestiones de timing, no llegó a materializarse. Fue una gran decepción personal para ambos, pero eso no impidió seguir manteniendo el aprecio mutuo.

En el año 1998 se involucró en otros destinos profesionales, pero siempre mantuvo vivo el cariño hacia su club, y, de hecho, en más de una ocasión, me transmitió su deseo de retornar a él, algún día, para proseguir su labor fuera de las pistas. Por todos los sitios por donde pasó, en el mundo deporte, del emprendimiento, de la gestion pública, o del coaching (¿o habría que decir, más bien, “imbroding”?), fue fiel a su filosofía y a su estilo, y dejó huellas imborrables. “Unir sentimientos, esa es la esencia de un equipo”, fue el mantra que impregnó a todos. Javier, mejor que nadie, era capaz de convencer a los miembros de sus equipos, dentro y fuera de las canchas deportivas, de que esta célebre meditación de Marco Aurelio puede ser algo más que una mera construcción retórica: “Si algo te resulta difícil de realizar, no supongas por ello que es imposible. Piensa que, si algo es humanamente posible y propio, tú lo puedes lograr”.

Durante mucho tiempo anhelé que, alguna vez, conquistara un título que compensara el que rozamos con la yema de los dedos en mayo de 1995. Fue una frustración no haber vivido un evento como ese protagonizado por él, pero estaba equivocado. En realidad, Javier llevaba bastante tiempo consiguiendo títulos más valiosos. La extensión de su modelo personal, de su filosofía humanista, al ámbito del deporte y a otros órdenes de la vida, ha sido en sí misma su gran hito, la clave de su merecida gloria.

Hace años, pasó un día a recogerme para dar un paseo y tener una charla sobre nuestras inquietudes comunes. En el equipo de música de su automóvil sonaba una canción (“Fairground”) de un grupo que le entusiasmaba. Más adelante me di cuenta de que, en el fondo, él se dedicaba a interpretar la letra de esa canción en la vida real: “I love the thought of giving hope to you… Just a little ray of light shining through”. A partir de ahora, esté donde esté, conduciendo por una carretera sin fin, seguirá dándonos esperanzas a todo. Su recuerdo y su ejemplo permanecerán como un rayo de luz que nunca que se extinguirá.

(Artículo publicado en el diario “Sur”) 






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