“I love the thought of giving hope to you… Just a little ray of light shining through”.
Es su imagen de pedagogo,
entusiasta y soñador, ilusionado con cambiar el mundo, la que primero me
venía a la cabeza cuando pensaba en él. Cada vez que tenía oportunidad,
recurría a su cuaderno de notas, que utilizaba como eje para dar rienda suelta
a su imaginación, apoyada en continuas reflexiones. No parecía un entrenador de
un equipo profesional, era más bien una especie de predicador consagrado a la idea
de construir un mundo mejor para los jóvenes a través del deporte como vía para
una formación integral. Ante todo, en valores éticos.
A pesar de sus años de apostolado
en pro de esa causa humanista llevada al mundo del deporte que haría suya para
siempre, era capaz de transformarse en la pista para sacar todo su espíritu
competitivo, y de transmitirlo a deportistas que conseguían elevarse por encima
de sus capacidades. Muchos se mostraban escépticos con la efectividad de su
catecismo, pero, contra todo pronóstico, cuando nadie lo esperaba, logró obrar
algo parecido a un milagro, y con ello cambió el rumbo de la historia deportiva
y emocional de su ciudad de acogida.
Juntos trazamos proyectos ilusionantes
y diseñamos un plan para su incorporación a otras esferas de promoción deportiva
y educativa. Para los aspectos técnicos del plan delegó en su querido hermano
Blaje y en su primo Vicente, que, desafortunadamente, también, no hace mucho,
nos arrebató una cruel enfermedad. Todo estaba listo para la rúbrica del programa,
pero, desgraciadamente, por cuestiones de timing institucional, se
demoró más de la cuenta sin que pudiera materializarse. Fue una gran frustración
personal para mí, pero eso no impidió seguir manteniendo el aprecio mutuo.
El pasado domingo por la mañana,
una persona muy allegada a Javier me comunicó la terrible noticia, que aún hoy,
casi una semana después, soy incapaz de asimilar.
Solía decirme que nunca salía de
mi encierro en el despacho, y que era necesario oxigenarse de vez en cuando. Un
día, hace muchos años, pasó a recogerme para dar un paseo y tener una charla
sobre nuestras inquietudes comunes. En el equipo de música de su automóvil
sonaba una canción –“Fairground”- de un grupo que le entusiasmaba, Simply
Red. Desde entonces, también a mí. A partir de ahora, esté donde esté,
conduciendo por una carretera sin fin, seguirá dándonos esperanzas a todo. Su
recuerdo permanecerá como un rayo de luz que nunca que se extinguirá.