Entristecido por la
irreparable pérdida de Alfonso Queipo de Llano, recibo un correo de un antiguo correligionario
cajista con el que adjunta una lejana portada del boletín de noticias que,
hace años, editaba el departamento de prensa de la Liga ACB. El número en cuestión
está fechado en diciembre de 1995, e iba dedicado al denominado “Proyecto Verde”.
“Hoy por hoy -allí se afirmaba- Unicaja [el club de baloncesto] puede ser tomado
como modelo de proyecto de equipo profesional”.
Yo me había
incorporado al Club, más concretamente a su antecesor, el Caja de Ronda, en
enero de 1991. En las instalaciones de Los Guindos me reencontré con Alfonso, a
quien recordaba como una figura omnipresente en todos los centros de deporte de
Málaga que había ido visitando desde la adolescencia temprana. Reconocido como uno
de los máximos exponentes de la sabiduría baloncestística, ejercía las
funciones de dirección deportiva. Entusiasta en su quehacer, demostraba una fe
inquebrantable en los fichajes y en la conjunción del equipo, que transmitía a
su alrededor de forma convincente y segura. Era capaz de desterrar los temores
deportivos propios de la bisoñez de algunos miembros de la junta directiva. Por
aquel entonces, uno de mis máximos anhelos era que se cumplieran sus pronósticos,
pero ya se sabe que la actuación de los deportistas y la trayectoria de un
equipo profesional no se rigen por los cánones de una ciencia exacta.
Hubo que sufrir
mucho para que Pablo López pudiera, bastantes años después, escribir la letra
del himno del Unicaja. Las gradas, ahora silenciosas y vacías, del mítico
pabellón de Ciudad Jardín atesoran un sinfín de sensaciones, de emociones, de alegrías,
de ilusiones y de decepciones. Para que hoy pueda entonarse el himno que
compuso Pablo López, más de una persona tuvo que dejarse jirones de su propia piel.
En diciembre de
1995, expiraba el plazo del compromiso asumido, tres meses antes, para ocupar
el puesto que había dejado Raimundo Trespalacios. Por distintas circunstancias,
el período se prolongó algunos años más. Hubo tiempo de sobra para comprobar la
vigencia de los ciclos deportivos. Sin embargo, la ilusión que se vivió aquel
año permanece imborrable en la memoria. Gracias a ella, pudo completarse el
tránsito desde Ciudad Jardín al Carpena. Hoy, tras un periplo lleno de
sobresaltos, podemos seguir emocionándonos cuando escuchamos a Pablo López.