Los partidarios de
la técnica del análisis coste-beneficio para la evaluación de proyectos
públicos insisten en que deben computarse todo tipo de costes y beneficios, dinerarios
y no dinerarios, tangibles e intangibles, directos e inducidos, inmediatos y
diferidos, únicos y recurrentes, previstos y no previstos… Esto último es
especialmente predicable de los análisis ex post, pero, cuando es posible, también
hay que tener en cuenta, en los análisis ex ante, las consecuencias no deseadas,
atribuyéndoles alguna probabilidad.
A estas alturas
de la historia, más de cien años después del triunfo de la revolución rusa,
casi todo el mundo es consciente de los logros de un régimen que llegó a convertirse
en un imperio enorme. A pesar de que dejó de existir con arreglo a sus esquemas
de socialismo real, su influencia, especialmente en el plano ideológico, sigue
viva, cuando no pujante, en todo el mundo. Tales contribuciones son reconocidas,
así como las de sus principales artífices a la teoría de la democracia y, de
manera particular, a su puesta en práctica. Fueron paladines de la justicia y
la libertad, que llevaron, libres de interpretaciones y desviaciones impías, a
millones y millones de personas.
Según acreditan los
testimonios de múltiples fuentes dignas de toda solvencia, hubo algunos colectivos
que fueron beneficiarios muy directos de determinados programas de actuación
intensiva, conocidos con el enigmático nombre de “Gulag”. Algunos de los
afortunados partícipes de esos programas de adiestramiento, en el momento, no
supieron ver todos los beneficios, individuales y sociales, a corto y a largo
plazo, que generaban. Pese a ello, hubo una notable perseverancia gubernamental,
y se llegaron a desarrollar 474 iniciativas locales entre los años 1929 y 1952.
Nada menos que 11,3 millones de individuos tuvieron el privilegio de ser reclutados
para tan significada misión. Algunos no supieron ver que se les elegía por su
elevado nivel cultural e intelectual, como artistas, ingenieros, gestores o
profesores. Casi un tercio de los becados pertenecían a algunos de esos gremios.
En la segunda
mitad de los años cincuenta se puso término al experimento, y los participantes
(supervivientes) optaron, en gran medida, por permanecer en localidades
cercanas a la ubicación de sus centros de adiestramiento. Investigadores actuales,
que han rastreado los datos económicos en un largo periodo, han encontrado sólida
evidencia en el sentido de que las áreas limítrofes a dichos centros
registraron efectos persistentes, posiblemente vía transmisión intergeneracional
de capital humano. Las empresas situadas en su radio de influencia muestran salarios
y beneficios más altos por empleado. Los investigadores concluyen que su
estudio pone de relieve el papel de la educación en el proceso de desarrollo y
su distribución territorial[1].
En el mapa
adjunto se refleja la ubicación de los campos de trabajo forzado del sistema
del Gulag soviético. Los círculos son proporcionales a la población de
prisioneros de los campos. Es sobrecogedor simplemente pensar en el inmenso
sufrimiento de los 11,3 millones de convictos que padecieron la desgracia de
ser declarados “enemigos del pueblo”. Ese sufrimiento no puede llegar a representarse
fielmente por ningún círculo, por muy grande que sea.