Comenzamos el año
con un balance luctuoso, el que hace el profesor Rodríguez Braun del amplio
elenco de notables economistas que nos dijeron adiós en 2021[1]. Entre
ellos figura uno muy destacado cuya principal aportación se remonta a 1957,
cuando tenía tan sólo 27 años. La obra “An Economic Theory of Democracy” (Harper
& Row, Nueva York, 1957) representa un hito dentro de la teoría de la
Hacienda Pública, en general, y de la teoría de la Elección Colectiva, en
particular. Recordar la esencia de su contribución es una manera de rendirle
tributo.
El denominado
teorema del votante mediano se fundamenta en un contexto sumamente simplista,
lo que no impide que se deriven algunas pautas de interés. Habitualmente, se
toma como referencia una situación en la que se lleva a cabo una elección entre
varias alternativas que pueden ordenarse sobre la base de una característica.
Por ejemplo, una elección entre diversas opciones para el presupuesto de la
defensa nacional que difieran únicamente en el nivel del gasto público (bajo,
medio y alto). En el supuesto de que las preferencias de los individuos sean
unimodales (single-peaked)[2], el
resultado de una votación mayoritaria refleja las preferencias del votante
mediano[3]. Una
propuesta de actuación situada por encima de las preferencias de este votante
concitará el rechazo de éste y el de todas las personas con preferencias de
niveles inferiores. Lo mismo ocurrirá respecto a una propuesta de un nivel
inferior al del óptimo del votante mediano, con la oposición de éste y de
quienes desean un nivel superior.
Ahora bien, en la
práctica, los ciudadanos no toman decisiones directamente, sino que eligen a
sus representantes, quienes las toman en su nombre. No obstante, bajo ciertos
supuestos, el teorema del votante mediano ayuda a explicar cómo tales
representantes fijan sus posiciones[4].
En este sentido,
Downs demostró cómo, bajo ciertas condiciones, un político maximizador de votos
adopta el programa preferido por el votante mediano. En el gráfico adjunto se
representa la distribución de los votantes a lo largo del espectro político. Consideremos
dos políticos, Marcelino y Santiago. El primero se posiciona en M, coincidente
con la ubicación del votante mediano, y el segundo se sitúa a su derecha.
Si se supone que
todas las preferencias son unimodales y que los votantes pretenden maximizar su
utilidad, cabe esperar que Santiago capte todos los votantes a la derecha de S
y parte de los votos entre M y S; por su parte, Marcelino aglutinará los votos
a la izquierda de M (la mitad del total), y parte de los votos entre M y S, con
lo que obtendría la mayoría.
Si el esquema
anterior se ajusta a la realidad, cabe esperar que los dos candidatos o los dos
partidos tiendan a converger en torno a las preferencias del votante mediano[5].
La realidad, sin
embargo, es bastante más compleja. De entrada, en las elecciones, salvo que
haya un referéndum sobre una cuestión específica, se mezclan muchos aspectos,
con lo cual no resulta posible llevar a cabo una ordenación unidimensional. El
enfoque económico sólo predice un resultado estable si hay una única dimensión
de elección. Si los votantes eligen en función de diversos criterios, no habría
un resultado estable[6].
De otro lado, la
ideología puede jugar un papel determinante y dominante sobre las valoraciones
de la propia utilidad personal. Asimismo, la decisión de tomar parte o no en el
proceso electoral puede ejercer una notoria influencia en el resultado final.
Y, en cualquier caso, si bien en Estados Unidos los partidos políticos son
conscientes de la influencia que puede tener el teorema del votante mediano,
también lo son de que los votantes pueden llegar a prestar poca atención a las
posiciones de los candidatos y, en su lugar, votar en función de las
condiciones materiales de vida[7].
En línea con lo
antes señalado, es innegable que, dada la multiplicidad de temas que se
suscitan ante una contienda electoral, la aplicabilidad del teorema del votante
mediano decae grandemente. No obstante, no habría que desechar el efecto
derivado de la tendencia a la polarización y a la tendencia hacia esquemas de
pensamiento binario[8].
[1]
Vid. C. Rodríguez Braun, “En ocasiones veo (economistas) muertos”, Expansión,
3-1-2022.
[2]
Esto es, si una persona se mueve de su opción más preferida en cualquier
dirección, su utilidad, su preferencia, cae de manera consistente.
[3]
Más exactamente, del votante situado en la mediana de la distribución de
preferencias, es decir, aquél cuyas preferencias se sitúan en el centro de
todas las preferencias de los votantes. Así, si hay 11 personas, con la
siguiente distribución de preferencias sobre el gasto público (en unidades
monetarias): 1º, 100; 2º, 105; 3º, 110; 4º, 115; 5º; 120; 6º, 125; 7º, 130; 8º,
135; 9º, 140; 10º, 145, y 11º, 150, el votante mediano sería el individuo 6º. La
mitad de los votantes prefieren un gasto superior, y la otra mitad, un gasto
inferior.
[4] Vid. H.
S. Rosen, “Public Finance”, 5ª ed., Irwin/McGraw-Hill, 1999, págs. 124-125.
[5]
Se ha apuntado, para el caso estadounidense, que la convergencia de los votantes
tiende a darse a la derecha del centro de la opinión pública, toda vez que el
éxito electoral depende no sólo de la posición, sino también de la obtención de
fondos para las campañas. Vid. J. Sachs, “An American budget for the rich and
powerful”, Financial Times, 13-2-2012.
[6] Vid. D.
Coyle, “The vanishing power of the median voter”, Financial Times, 19-1-2016.
[7] Vid. J.
Chait, “Welcome to the GOP’s great political experiment”, Financial Times,
6-3-2012.
[8] Tiempo Vivo: La era del pensamiento binario (neotiempovivo.blogspot.com).