La promoción de la cultura financiera entre la población
viene acaparando, a lo largo de los últimos años, una atención creciente en un
gran número de países. La constatación de las carencias existentes en este terreno
no deja de ser un reconocimiento implícito del considerable fracaso de los
sistemas educativos reglados. No de otro modo cabría calificar una situación en
la que dichos sistemas no son capaces de proveer a los ciudadanos de una suficiente
preparación para afrontar decisiones importantes, de manera casi continua, a lo
largo de sus vidas. Al hilo de esto, surge inevitablemente la reflexión de por
qué ciertos conocimientos, si en verdad son imprescindibles, han sido tradicionalmente
objeto de discriminación en el ciclo de la enseñanza obligatoria.
Sin entrar en el fondo de esa cuestión, lo cierto
es que la tarea de lograr una mejoría sustancial del nivel de cultura
financiera de la población es de gran envergadura. Por múltiples razones. De
entrada, porque ni siquiera es fácil acotar el ámbito estricto de las competencias
financieras y, en este sentido, no es nada sencillo desligarlas de las de
carácter económico. Por ello, para todos los agentes involucrados en la
promoción de la cultura financiera, es de gran utilidad poder disponer de un
marco de referencia con marchamo internacional.
Desde hace años, la OCDE ha venido difundiendo distintos
cuadros de competencias en materia financiera adaptados a diferentes colectivos
poblacionales. Ahora, la Comisión Europea, en colaboración con dicha organización,
abanderada de la educación financiera en el mundo, ha lanzado el marco de
competencias financieras para adultos en la UE[1].
El objetivo de dicho marco es “promover un entendimiento
compartido de las competencias financieras para adultos entre los Estados
Miembros y autoridades nacionales, instituciones educativas, industria e
individuos”, en el ámbito de las finanzas personales (UE/OCDE, 2022, pág. 5).
Más que como una especie de currículum, el marco se concibe “como una base
conceptual sobre la que construir una variedad de políticas y medidas de
educación financiera” (UE/OCDE, 2022, pág. 6).
En línea con el esquema seguido habitualmente por la OCDE en la
presentación de las competencias financieras para distintos colectivos
poblacionales, las competencias son divididas en cuatro áreas de contenidos: a)
dinero y transacciones; b) planificación y gestión de las finanzas; c) riesgos
y retribución; y iv) entorno financiero.
En el hipotético caso de una persona que, por primera vez, se
incorpore a una iniciativa de educación financiera, se encontrará con un amplio
y detallado arsenal de elementos relacionados con la información, el
conocimiento, las habilidades, las actitudes y los comportamientos en el plano
financiero. La forma en la que se desmenuzan todas las competencias, que se
traducen en más de 500 líneas, da lugar a un extraordinario despliegue que
puede resultar abrumador. Es como si nos encontráramos ante un nutrido
archipiélago por donde transitar en un velero. Seguramente sería de gran
utilidad poder disponer de cartas de navegación y de aparatos de localización,
pero, en una primera aproximación, merecería la pena emprender un viaje exploratorio,
sin preocuparse demasiado de completar una ruta predefinida. La visión global
del conjunto del archipiélago, y de las interrelaciones entre sus componentes,
es quizás preferible tratar de obtenerla en tierra firme.