La mayoría de los miembros de mi generación, que
llegamos al mundo en una época ya muy antigua, en las postrimerías de los años
cincuenta, la organización social, según nos inculcaban en la escuela y
observábamos a nuestro alrededor, descansaba en un elemento nuclear, la
familia. Además, dentro de los estándares al uso, había escaso margen. El
modelo tradicional de familia respondía a unos cánones bastante estrictos. Años
después, influyentes movimientos sociales vinieron a cuestionar rabiosamente
los viejos esquemas, tenidos por arcaicos y subyugadores. Poderosas corrientes
doctrinales defensoras de la libertad sexual y de la supresión de los yugos
matrimoniales amenazaban los cimientos de las estructuras vigentes, aunque su
incidencia en algunas cohortes tuviera en gran medida un carácter coyuntural o
transitorio.
Al propio tiempo, los discursos marxistas, que
ejercían una gran influencia en círculos intelectuales, ponían el foco en la
familia como una de las instituciones causantes de la explotación capitalista. Escrita por Friedrich Engels en la primavera del año 1884, “El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” era uno de los
bastiones para la extensión de la ideología comunista. Su influencia ha sido
enorme, a pesar de haber sido escrita en tan sólo dos meses.
Tuve conocimiento directo de dicha obra a través
de un intelectual comunista que impartía seminarios centrados en ella, ayudado
por sus amplios conocimientos de Antropología y Filosofía. Para quienes, hacía
pocos años, habíamos estudiado el papel del terceto
“familia-municipio-sindicato” como pilar de la organización del Estado
franquista, aquellas doctas disertaciones parecían las de un apóstol que
transmitía la verdad revelada. Era sorprendente la capacidad del enfoque
marxista para dar una explicación convincente de todo. Recuerdo que otro
dirigente de la misma organización proclamaba que, mediante su aplicación, era
fácil encontrar una respuesta a la existencia o no de vida fuera del planeta
Tierra. Lamentablemente, no asistí a ningún seminario sobre tan interesante
materia.
El texto de Engels contiene una feroz crítica de la
denominada sociedad heteropatriarcal: “La familia moderna se funda en la
esclavitud doméstica franca más o menos disimulada de la mujer, y la sociedad
moderna es una masa cuyas moléculas son las familias individuales… El hombre es
en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletariado”. He aquí
un ejemplo de cómo puede aplicarse la poderosa herramienta analítica marxiana,
reivindicada como un eficaz instrumento para estudiar los problemas y retos de
una sociedad tan compleja como la actual. Incluso quienes se separan de la ideología
comunista, y hasta llegan a admitir que su aplicación práctica no ha sido tan
exitosa como cabría imaginar, apelan a su potente (y flexible) armazón teórico.
Engels vaticinaba que “Entonces [cuando la mujer
tenga, según la ley, derechos absolutamente iguales que el hombre] se verá que
la manumisión de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de
todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se
suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad”[1].
Hoy día, al menos en los países democráticos, se
ha avanzado enormemente en la equiparación entre los derechos de las personas,
y no existe ningún modelo de organización personal al que haya que ajustarse,
ni por ley ni por imperativo social. Aun así, los vínculos familiares o de
afectividad siguen ejerciendo una enorme influencia tanto en las formas de
convivencia como en el plano económico. Salvo algunos casos, no ha habido un
retorno a formas organizativas primigenias, como las descritas por Lewis H.
Morgan en el estudio en el que se centra la célebre obra de Engels. En dicho
estudio (sin entrar a considerar cómo cabría calificar hoy ese tipo de
correspondencias sólo inter- y no también intra-grupales) se concluye que
“existió un estado primitivo en el cual imperaba en el seno de la tribu el
comercio sexual promiscuo, de modo que cada mujer pertenecía igualmente a todos
los hombres y cada hombre a todas las mujeres”
[2].
Actualmente nos encontramos en una fase de intensos
cambios económicos, tecnológicos, demográficos, sociológicos, y políticos que,
de una u otra manera, afectarán a las formas de organización económica y
social.
¿Qué tendencias prevalecerán? ¿Se acercarán a la visión
engelsiana, que pronosticaba que, cuando apareciesen las generaciones postcapitalistas,
“[las mujeres] enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer.
Se dictarán a sí mismas su propia conducta, y, en consonancia, crearán una
opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo estará hecho!”[3].
¿Se rebatirá la tesis de Fukuyama? Según éste, la
sociabilidad humana natural se erige sobre dos fenómenos: la selección de la
piel (nepotismo) y el altruismo recíproco. Los seres humanos son animales
sociales por naturaleza, pero su sociabilidad natural toma la forma de
altruismo hacia los familiares y allegados[4].
Si, acaso, cabe evocar de nuevo a Morgan, quien
decía que “Si en un porvenir lejano, la familia monogámica no llegase a
satisfacer las exigencias de la sociedad, es imposible predecir de qué
naturaleza sería la que le sucediese”[5].
[1]
F. Engels, “El origen de
la familia, la propiedad privada y el Estado”, Alianza editorial, 2013, págs.
144-145.
[2]
Vid. Engels, op. cit.,
pág. 83.
[3]
Vid. Engels, op. cit.,
pág. 158.
[4]
Vid. J. M. Domínguez
Martínez, “La decadencia del orden político según Fukuyama", eXtoikos, nº 18,
2016, pág. 51.
[5]
Vid. Engels, op cit.,
pág. 159.