31 de diciembre de 2021

Luces que se apagan: adiós a 2021

 

Parece que fue ayer cuando saludábamos, esperanzados, la llegada de un nuevo año, pero han pasado 365 días, uno tras otro.

Nuestra percepción del tiempo va alterándose a lo largo de nuestra vida. Es cierto. Su duración se va estirando o contrayendo caprichosamente en función de circunstancias y vivencias concretas. Un año es nada, parece que pasa raudo y veloz, en un relevo constante de estaciones, pero cada día es una cuesta, una pendiente cada vez más empinada, una batalla de resultado incierto. Con unas fuerzas desgastadas y un ánimo quebradizo, no sabemos si podremos llegar arriba, ni qué obstáculos nos aguardarán después. Casi por inercia, seguimos la ruta sin saber dónde queda el norte, si es que existe, mientras se ensancha el vacío que han dejado aquellos que ya no pueden acompañarnos. Pérdida tras pérdida, impacto tras impacto, crece dolorosamente la ausencia.

Pese a todo, en algún lugar recóndito en nuestro interior, parece que sigue viva una tenue llama que nos mueve a seguir caminando. Vemos luces que se apagan, aunque da la sensación de que, a lo lejos, otras se insinúan. Tal vez sea sólo una ilusión, pero es suficiente para continuar la marcha. Adiós, 2021; bienvenido, 2022.

El calendario está repleto de eventos, citas, compromisos, actividades, planes, propósitos y aspiraciones. Pero proyectar en el horizonte de un año es ahora un ejercicio de largo plazo, de bastante largo plazo, a la vista de cuanto, y cómo, ha acontecido en los últimos tiempos. Es preferible, si acaso, recuperar alguna vieja agenda con sus páginas en blanco, sin atrevernos a marcar de antemano ningún contenido. Con suerte, tal vez podamos escribir cada aventura cotidiana.







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