“Y
oí una voz potente que salía del santuario y decía a los siete ángeles: Id a
derramar en la tierra las siete copas de la ira de Dios”.
En
verdad, aunque los intérpretes sean ángeles, el son de las trompetas puede tener
consecuencias terroríficas. Son las que se describen en el Apocalipsis. Además,
sus toques no son de advertencia, sino meros acordes de acompañamiento de las
más temibles catástrofes. “Se ha terminado el tiempo; cuando el séptimo
ángel empuñe su trompeta y dé su toque, entonces, en esos días, se habrá
cumplido el misterio de Dios, según la buena nueva que había anunciado a sus siervos los profetas”. Menuda buena nueva.
Difícilmente,
a la vista de algunos de los acontecimientos que han marcado la historia, puede
negarse que no hayan sonado ya algunos sones apocalípticos. A veces con tal
virulencia, a escala mundial o local, que cuesta trabajo suscribir las tesis
pinkerianas sobre el progreso humano o, cuando menos, no ponderar suficientemente
los inconmensurables costes asumidos en una infinidad de episodios sangrientos
y aberrantes. Si no por parte de ángeles, otros intérpretes menos capacitados
vienen entonando melodías tristes y acongojantes acerca de las precarias bases
de nuestra civilización.
¿Qué
pasaría si la fragilidad de una civilización encumbrada por los grandes avances
tecnológicos se pusiera de manifiesto de manera abrupta y se produjera un
derrumbamiento masivo? La historia reciente muestra que hay toda una colección
de cisnes, negros, verdes o marrones, que pueden desencadenar procesos devastadores.
“…
Y también sabemos que casi todas las personas, incluidos los niños, contaban
con unos dispositivos que les permitían verse y oírse entre ellas desde
cualquier lugar del planeta, por muy alejados que estuvieran; que esos
artilugios eran tan pequeños que cabían en la palma de la mano; que daban
acceso instantáneo a todo tipo de conocimientos, música, opiniones y textos, y
que, con el tiempo, esos dispositivos desplazaron a la memoria y el
razonamiento humanos, e incluso a las interacciones sociales normales, con un
poder narcótico y debilitador que según algunos hizo enloquecer a sus propietarios,
hasta tal grado que la introducción de esos artilugios supuso el principio del
fin de su sofisticada civilización”.
Así
se expresa uno de los personajes de la novela “El despertar de la herejía”, de
Robert Harris (Grijalbo, 2021). No es la mejor del escritor británico, pero
aporta interesantes elementos para la reflexión.
“La
mayoría de los negocios de los antiguos no se realizaban con monedas, ni
siquiera con billetes, sino con una especie de fichas de dinero que se enviaban
eléctricamente a través del aire. Cuando sobrevino el Apocalipsis, los aparatos
fallaron y toda su fortuna desapareció”. En la obra hay también algunas lecciones de educación financiera.