“La
riqueza de las naciones” de Adam Smith es una obra inconmensurable. La visita a
esta cumbre del conocimiento es una de las pautas más recomendables que debería
seguir todo economista. En cada una de esas aproximaciones, podemos descubrir o
redescubrir aspectos que antes pudieron pasar inadvertidos. Tal es la
profundidad del análisis y la riqueza de contenidos del tratado. Como igualmente
complejos, prolijos y enrevesados son muchos de los pasajes que encontramos a
lo largo del amplio texto.
Algunos
apuntes sobre el papel de los bancos son dignos de consideración a la hora de repasar
los fundamentos de la teoría de la intermediación bancaria. Así, en el capítulo
dedicado al dinero, deja sentado el papel que pueden desempeñar los bancos en
la dinamización de la actividad económica: “El modo como las juiciosas
operaciones de un Banco incrementan la actividad económica de un país, no es
precisamente aumentando su capital, sino haciendo que la mayor parte de este
capital se haga más activo y más productivo que si el Banco no existiera.
Aquella parte del capital que cualquier negociante se ve obligado a mantener
inactiva y en dinero efectivo, para responder a los requerimientos de pago que
se le pueden presentar, es un capital muerto, que mientras permanezca en esa situación
ni produce nada, ni a su dueño, ni al país. Las operaciones prudentes de un
banco le facultan para transformar ese capital muerto en una masa productiva…
en capital productivo para la persona que opera con él, y para el país entero”[1].
Hace
referencia luego a las “sabias operaciones de un Banco”, que, haciendo uso
de una metáfora, “aunque algo violenta”, equipara “a una especie de
carretera aérea” que “hace posible que la mayor parte de los caminos reales
de un país se conviertan en pastos y en sembradíos, acrecentando de esta suerte
el producto de su trabajo y de sus tierras”[2].
Quizás
sea un buen momento para rememorar estas palabras del “padre de la Economía”, cuando
asistimos a diversos movimientos que van en la línea de poner fin a la labor de
intermediación bancaria.
Ahora
bien, unas páginas atrás, advierte Smith en el sentido de que “cuando los
bancos comprenden cuál es su verdadero interés, la circulación jamás se halla
saturada con moneda de papel. Pero como no siempre estas compañías comprenden o
actúan de acuerdo con su verdadero interés, ocurre que la circulación se ve con
frecuencia sobrecargada con esa clase de dinero”[3].