El problema de
cómo lograr una asignación eficiente de bienes colectivos ha constituido una preocupación
tradicional entre los hacendistas. Entre las soluciones propuestas, no han
faltado algunas que han pretendido emular el mecanismo seguido por el mercado,
si bien teniendo en cuenta las singularidades concurrentes en dicho tipo de
bienes. La característica del consumo conjunto hace que una cantidad suministrada
de un bien esté disponible, en iguales condiciones, para todos los usuarios. Ligado
a lo anterior, el coste total del suministro del bien puede cubrirse mediante
la suma de las distintas aportaciones individuales. A diferencia de los bienes
privados, la curva de demanda del mercado se obtiene sumando verticalmente las
curvas de demanda individuales, en lugar de horizontalmente. Es lo que, muy
esquemáticamente, se reproduce en el gráfico adjunto, rescatado de antiguas notas
de clase, de una época en la que no existía el PowerPoint.
El economista
sueco Erik Lindahl, en el año 1919, propuso una solución para lograr un nivel eficiente
de bienes colectivos, habitualmente denominados, pese a los inconvenientes
asociados, bienes públicos. Siguiendo el principio básico para una asignación
óptima, el nivel eficiente del bien colectivo vendría dado por la intersección
de la curva de oferta con la curva de demanda “colectiva”. Las curvas de demanda
individuales se generarían preguntando directamente a cada persona cuánto estaría
dispuesta a pagar por cada unidad del bien colectivo suministrada. Se llegaría
así al denominado “equilibrio de Lindahl”. En dicho equilibrio, la suma de los
beneficios marginales de los usuarios coincidiría con el coste marginal de
producción del bien colectivo.
La solución de
Lindahl cumple todos los cánones desde un punto de vista teórico. Sin embargo,
es totalmente dependiente de una premisa esencial: que cada persona revele sus
verdaderas preferencias por el bien y, en consecuencia, esté dispuesta a afrontar
el importe económico (“precio fiscal”) correspondiente a su manifestación. Es
una lástima, pero según los manuales de Economía Pública, no cabe esperar ese
comportamiento por parte de los ciudadanos.
Sin embargo, a
tenor de declaraciones de algunos contribuyentes, nos podríamos encontrar en
una situación en la que podría abrirse un hueco el planteamiento lindahliano.
Así, por ejemplo, en un reciente artículo publicado en el diario Financial
Times, Charles Calkin, asesor financiero de una firma especializada, abogaba abiertamente
por que los contribuyentes solicitaran voluntariamente aumentar su “factura
fiscal”: “I’d happily pay more tax. Would you?” (29-10-2021). De hecho,
considera que es extraño que no haya alguna forma para proceder en tal sentido.
A este respecto, pone como ejemplo el caso de algunas organizaciones no
lucrativas (e incluso algunos restaurantes) que han descubierto que consiguen
más dinero cuando le piden a las personas que paguen lo que piensan que vale lo
que se les está ofreciendo. El supuesto sugerido es, no obstante, bastante
distinto; también, respecto de la fiscalidad voluntaria de Sloterdijk. No se
trataría de contribuir libremente en función de las preferencias declaradas,
sino de contribuir voluntariamente por encima de las contribuciones obligatorias.
Los pagos adicionales de esta naturaleza no tendrían un carácter impositivo,
sino filantrópico.
De todos modos, de
nuevo, un planteamiento actual acude en refuerzo de la tarea docente en el ámbito
de la teoría de la Hacienda Pública.