1 de noviembre de 2021

El deseo de pagar voluntariamente más impuestos: ¿son factibles los precios de Lindahl?

 

El problema de cómo lograr una asignación eficiente de bienes colectivos ha constituido una preocupación tradicional entre los hacendistas. Entre las soluciones propuestas, no han faltado algunas que han pretendido emular el mecanismo seguido por el mercado, si bien teniendo en cuenta las singularidades concurrentes en dicho tipo de bienes. La característica del consumo conjunto hace que una cantidad suministrada de un bien esté disponible, en iguales condiciones, para todos los usuarios. Ligado a lo anterior, el coste total del suministro del bien puede cubrirse mediante la suma de las distintas aportaciones individuales. A diferencia de los bienes privados, la curva de demanda del mercado se obtiene sumando verticalmente las curvas de demanda individuales, en lugar de horizontalmente. Es lo que, muy esquemáticamente, se reproduce en el gráfico adjunto, rescatado de antiguas notas de clase, de una época en la que no existía el PowerPoint.

El economista sueco Erik Lindahl, en el año 1919, propuso una solución para lograr un nivel eficiente de bienes colectivos, habitualmente denominados, pese a los inconvenientes asociados, bienes públicos. Siguiendo el principio básico para una asignación óptima, el nivel eficiente del bien colectivo vendría dado por la intersección de la curva de oferta con la curva de demanda “colectiva”. Las curvas de demanda individuales se generarían preguntando directamente a cada persona cuánto estaría dispuesta a pagar por cada unidad del bien colectivo suministrada. Se llegaría así al denominado “equilibrio de Lindahl”. En dicho equilibrio, la suma de los beneficios marginales de los usuarios coincidiría con el coste marginal de producción del bien colectivo.

La solución de Lindahl cumple todos los cánones desde un punto de vista teórico. Sin embargo, es totalmente dependiente de una premisa esencial: que cada persona revele sus verdaderas preferencias por el bien y, en consecuencia, esté dispuesta a afrontar el importe económico (“precio fiscal”) correspondiente a su manifestación. Es una lástima, pero según los manuales de Economía Pública, no cabe esperar ese comportamiento por parte de los ciudadanos.

Sin embargo, a tenor de declaraciones de algunos contribuyentes, nos podríamos encontrar en una situación en la que podría abrirse un hueco el planteamiento lindahliano. Así, por ejemplo, en un reciente artículo publicado en el diario Financial Times, Charles Calkin, asesor financiero de una firma especializada, abogaba abiertamente por que los contribuyentes solicitaran voluntariamente aumentar su “factura fiscal”: “I’d happily pay more tax. Would you?” (29-10-2021). De hecho, considera que es extraño que no haya alguna forma para proceder en tal sentido. A este respecto, pone como ejemplo el caso de algunas organizaciones no lucrativas (e incluso algunos restaurantes) que han descubierto que consiguen más dinero cuando le piden a las personas que paguen lo que piensan que vale lo que se les está ofreciendo. El supuesto sugerido es, no obstante, bastante distinto; también, respecto de la fiscalidad voluntaria de Sloterdijk. No se trataría de contribuir libremente en función de las preferencias declaradas, sino de contribuir voluntariamente por encima de las contribuciones obligatorias. Los pagos adicionales de esta naturaleza no tendrían un carácter impositivo, sino filantrópico.

De todos modos, de nuevo, un planteamiento actual acude en refuerzo de la tarea docente en el ámbito de la teoría de la Hacienda Pública.




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