15 de agosto de 2017

El ser y el tiempo que nos queda

Aunque no de forma premeditada, algunas de las cuestiones que se suscitan en este blog acaban relacionándose con el objeto de su denominación. Al fin y al cabo, nos resulta muy difícil prescindir de la referencia de nuestro propio tiempo, el que, con mayor o menor fortuna, nos ha tocado vivir. Sí, el terreno está abonado para abordarlo, ya sea tangencial o medularmente, aunque, en esta ocasión, ha sido una fortuita coincidencia con el escritor y filósofo Lucio Ségel el hecho causante de esta breve reflexión.

Hacía tiempo que no me encontraba con ese incansable pensador, semioculto como acostumbra estar tras las máscaras de sus personajes literarios; hacía tiempo que no conversaba con ese polifacético creador, escasamente conocido y, bastante injustamente, apenas reconocido. De hecho, no lo mencionaba en mis textos -poco proclives en los últimos años a excursos literarios- desde el mes de diciembre del año 2010, cuando escribía un escueto artículo acerca de “El misterio de las excepciones que no confirman la regla”, que apareció en “Ymálaga” y que he podido releer gracias a “Hipérbaton”.

Decididamente, después de haber constatado, con crecientes dosis de sorpresa, que figuras tan importantes como Thomas Piketty, Edmund S. Phelps o Tim Harford son adictos a la extendida y tremendamente popular proposición de “La excepción que confirma la regla”, no tendré más remedio que replantear completamente mi esquema de razonamiento. ¿O tal vez podría ser de aplicación la regla de la excepción que confirma la regla? No lo sé, pero sí es seguro que será preferible dejarlo para otro momento más propicio para el sosiego y la meditación. La enjundia del asunto lo merece.

En los últimos años habíamos venido manteniendo un cierto contacto epistolar a través de las modernas herramientas de comunicación, que nunca podrán tener el encanto de una carta manuscrita a la antigua usanza. Esta, por otra parte, solía tener la ventaja de poder identificar la ubicación del remitente. Desde que se impuso el correo electrónico no he sido capaz de averiguar nunca en qué lugar del planeta se encontraba Lucio Ségel.

Quizás por esas misivas un tanto esporádicas y sus hábitos itinerantes que se dan por asumidos, no se entretuvo en salutaciones, sino que fue casi directo al grano para mostrarme su irritación por el título de una publicación reciente, de carácter recopilatorio, de la obra de uno de los escritores españoles consagrados: “Somos el tiempo que nos queda”. No, no se trataba en modo alguno ni de cuestionar ni de poner en duda la valía artística del autor, sobradamente reconocida. No, simplemente era una especie de rebelión testimonial contra el implacable dictado que emana de tan contundente frase.

En honor a la verdad, en una primera impresión yo no podía sino acoger ilusionado y esperanzado esa definición del ser, puesto que parece invitar a que siempre haya una nueva oportunidad para recomenzar, para poner el contador a cero… algo tan concomitante con la querida idea de tiempo vivo.

Pero no tuve tiempo de expresar esta apreciación, ya que el verbo desatado de Lucio Ségel seguía su curso: ¿Cómo vamos a ser el tiempo que nos queda? ¿Es que acaso nos podemos abstraer de lo que hemos vivido, de lo bueno y de lo malo, de nuestros fracasos, de nuestras pequeñas conquistas, de las personas que hemos conocido, con las que hemos compartido penas y alegrías, con las que hemos llorado y reído, con las que hemos emprendido viajes, proyectos y batallas…? ¿Dónde está la maestra que nos enseñó a leer, aquel muchacho que nos contó el primer cuento, aquel hombre que nos inculcó el sentido del honor, aquella mujer que se desvivió por nosotros? ¿Ha llegado a difuminarse alguna vez del todo la imagen del primer amanecer que viviste en la playa, a desaparecer el olor de la hierba después de la tormenta, a extinguirse el sonido de la lluvia tras los cristales en la tarde invernal, a acabarse la primera película que viste, a borrarse la primera mirada de la niña al llegar, a retornar el tren que alejaba al emigrante…?
 
Sabemos lo que hemos sido y también lo que no. Podemos ser, volver a ser, el tiempo que nos queda, aunque ignoramos cuál será su extensión. ¿Pero ha de estar supeditado el ser al capricho del estar? ¿Estamos condenados a la nada una vez que acabe la cuenta atrás?
 
Sí a las nuevas oportunidades que nos brinda el ignoto tiempo remanente, sí al renacimiento, a la reconstrucción, a la reconciliación con la vida, a la recreación, a la regeneración. Seremos lo que seamos capaces de hacer el tiempo que nos queda, pero, ante todo, somos lo que hemos sido, lo que hemos vivido, lo que hemos transitado.
 
Puede quedar tiempo, pero la amenaza de la privación de los recuerdos pende también sobre nosotros. ¿Podríamos ser, seguir siendo, sin ese bagaje vivencial? ¿Podemos encontrar la esencia temporal del ser sin que el pasado, el presente y el futuro queden entrelazados?

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