Hace años, fue el
escritor Ceyles quien me recomendó que leyese una obra de Jean Echenoz, “Me
voy”. Me dejó impresionado. Al principio, podía chocar su peculiar estilo y su
extrema austeridad en la gestión de los signos de puntuación, pero sus
composiciones eran impecables, dotadas de una fuerza extrañamente subyugadora.
Nada de florituras, ni de lucimientos, ni de concesiones al lector. Sus frases
eran como estiletes que no daban ninguna opción. La brevedad de sus textos se
compensaba con la intensidad de sus contenidos.
En “La vida de
Gérard Fulmard” (Anagrama, 2021), el escritor francés se adentra peligrosamente en el terreno de
la novela “negra”, de la mano de un peculiar personaje que tendrá una atribulada experiencia como detective privado. Después de conocer su
calvario profesional y personal, me he alegrado mucho de no haber seguido ese camino, con el que, como tantos otros representantes de mi generación, llegué
a fantasear en la adolescencia temprana. Quizás también por no reunir las más
altas cualidades que puedan exigirse a un investigador, ni estar dotado de los
mejores medios, el protagonista, y narrador a ratos de su propia historia, conocerá
la dureza y las vicisitudes del oficio. Inesperadamente, se verá envuelto en un
torbellino de engaños, intrigas, secuestros, crímenes y tramas políticas.
En ese oscuro
personaje encontrará inevitablemente el lector bastantes connotaciones, e
incluso un paralelismo existencial, con su homólogo en el “Misterio de la
cripta embrujada”, así como en las entregas posteriores de la misma serie, de Eduardo Mendoza.
Leer una obra de
Echenoz tiene una dimensión especial que va mucho más allá del mayor o menor interés
del relato, la de la exaltación de la escritura en sí misma, que alcanza cotas
insuperables. El hilo de la narración es atrayente, pero hay un momento en que
se ve dominado y desplazado por el simple deleite de la palabra escrita. Con ésta
se pierde el norte, y uno, absorto, queda suspendido en la música que emana de
las páginas impresas, sin poder dejar de admirar cómo se logra esa conjunción
sin ninguna partitura a la vista. Qué más da lo que se está tocando, si suena
tan bien.
Al transitar por
la novela de Echenoz tenía la percepción de haber experimentado antes una sensación
parecida. En efecto, también en las obras de mi primer avalista de Echenoz
queda patente cómo la construcción literaria, la cadencia, la fuerza expresiva,
la intensidad del lenguaje, y la sonoridad de las palabras se elevan por encima
del contenido. La forma, la expresión sublime, adquieren autonomía y vuelan por
sí mismas. Al igual que existen los strips de deuda, que permiten segregar los flujos derivados de un título de renta fija en valores independientes, también existen los
strips narrativos.