10 de octubre de 2021

La atribulada vida de Gérard Fulmard: Echenoz y los strips narrativos

 

Hace años, fue el escritor Ceyles quien me recomendó que leyese una obra de Jean Echenoz, “Me voy”. Me dejó impresionado. Al principio, podía chocar su peculiar estilo y su extrema austeridad en la gestión de los signos de puntuación, pero sus composiciones eran impecables, dotadas de una fuerza extrañamente subyugadora. Nada de florituras, ni de lucimientos, ni de concesiones al lector. Sus frases eran como estiletes que no daban ninguna opción. La brevedad de sus textos se compensaba con la intensidad de sus contenidos.

En “La vida de Gérard Fulmard” (Anagrama, 2021), el escritor francés se adentra peligrosamente en el terreno de la novela “negra”, de la mano de un peculiar personaje que tendrá una atribulada experiencia como detective privado. Después de conocer su calvario profesional y personal, me he alegrado mucho de no haber seguido ese camino, con el que, como tantos otros representantes de mi generación, llegué a fantasear en la adolescencia temprana. Quizás también por no reunir las más altas cualidades que puedan exigirse a un investigador, ni estar dotado de los mejores medios, el protagonista, y narrador a ratos de su propia historia, conocerá la dureza y las vicisitudes del oficio. Inesperadamente, se verá envuelto en un torbellino de engaños, intrigas, secuestros, crímenes y tramas políticas.

En ese oscuro personaje encontrará inevitablemente el lector bastantes connotaciones, e incluso un paralelismo existencial, con su homólogo en el “Misterio de la cripta embrujada”, así como en las entregas posteriores de la misma serie, de Eduardo Mendoza.

Leer una obra de Echenoz tiene una dimensión especial que va mucho más allá del mayor o menor interés del relato, la de la exaltación de la escritura en sí misma, que alcanza cotas insuperables. El hilo de la narración es atrayente, pero hay un momento en que se ve dominado y desplazado por el simple deleite de la palabra escrita. Con ésta se pierde el norte, y uno, absorto, queda suspendido en la música que emana de las páginas impresas, sin poder dejar de admirar cómo se logra esa conjunción sin ninguna partitura a la vista. Qué más da lo que se está tocando, si suena tan bien.

Al transitar por la novela de Echenoz tenía la percepción de haber experimentado antes una sensación parecida. En efecto, también en las obras de mi primer avalista de Echenoz queda patente cómo la construcción literaria, la cadencia, la fuerza expresiva, la intensidad del lenguaje, y la sonoridad de las palabras se elevan por encima del contenido. La forma, la expresión sublime, adquieren autonomía y vuelan por sí mismas. Al igual que existen los strips de deuda, que permiten segregar los flujos derivados de un título de renta fija en valores independientes, también existen los strips narrativos.



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