Corren tiempos
recios. Tiempos que han llegado desafiando a los modelos meteorológicos.
También fallan estos en sus pronósticos, no sólo los modelos económicos, pero,
sin duda, son los nuestros propios, los que secretamente nos habíamos ido
forjando en nuestras mentes, los que lo hacen de manera más estrepitosa.
Cuando, por fin,
tomamos conciencia de ello es cuando el estoicismo acude, inopinadamente, al
rescate. Circunstancialmente, uno de sus máximos representantes sale,
inadvertidamente, a nuestro encuentro. Tal vez no con la elegancia de Marco Aurelio,
el estilo directo y sin ambages de Epicteto nos brinda una valiosa oportunidad
para la reflexión y la recapitulación[1].
“No son las cosas
las que preocupan a las personas, sino los juicios que se forman sobre las
cosas… Por consiguiente, cada vez que encontremos un impedimento y nos sintamos
preocupados o tristes, no le echemos la culpa a nadie salvo a nosotros mismos,
es decir, a nuestros propios juicios. Hacer responsables a otros cuando las
cosas salen mal, es un comportamiento típico del que no ha comenzado su
aprendizaje; el que lo ha iniciado se culpa a sí mismo; el que lo ha completado
no se echa la culpa a sí mismo ni se la echa a otro”.
A la luz de lo
que antecede, sólo cabría decir que, a pesar de que son ya muchos los años
acumulados, aún estamos lejos de completar el aprendizaje. Aunque tampoco
podemos olvidar que “De las cosas que existen, unas dependen de nosotros, otras
no”.
[1] Epitecto,
“Manual de estoicismo (y dos diatribas contra el abuso de poder)”. Prólogo, traducción
y notas de Óscar Martínez García, Edaf, 2021.