En el vuelo de
madrugada que cubría el trayecto Varsovia-Frankfurt, uno de los pasajeros
dormía plácidamente. Una especie de antifaz le protegía de la luz de la cabina.
Después de todos los preparativos de la expedición, había logrado relajarse. No
llevaba demasiado tiempo así, cuando otro pasajero, llamativamente alto, se
acercó a él, para transmitirle, después de despertarle, un mensaje importante:
“Eh, Rubia, I want a dunkit donut”. El interpelado, tras desprenderse de
su protección visual, no se mostró en absoluto sorprendido ni molesto por la
interrupción de su descanso. Afortunadamente, había hecho acopio del dulce
predilecto del jugador estadounidense. Él sabía lo que era recorrer Barcelona a
las dos de la mañana en busca de una caja de ese producto. El resultado del
partido previsto para ese mismo día podía depender del éxito o del fracaso de
esa misión.
Esa escena real,
vivida hace bastantes años, sintetiza en buena medida la labor que, durante una
de sus etapas profesionales, ha desempeñado Manolo Rubia en el Unicaja
Baloncesto, el club de su vida, y también en la Selección Española masculina del
mismo deporte: programar y cuidar toda la logística de los equipos, hasta el
más mínimo detalle, y tener una capacidad de respuesta para hacer frente a
cualquier contingencia. Asumiendo o no esa función específica en el
organigrama, ha sido una faceta que ha venido atendiendo con la mayor eficacia
durante décadas. Su red de contactos en los cinco continentes, su espíritu de
ayuda, su serenidad, su afabilidad, sus ocurrencias y su buen hacer han sido
los ingredientes infalibles aplicados a las más variopintas situaciones, por
complicadas que fueran. En su ámbito relacional y de influencia no se ponía el
Sol.
Una canasta es la
manifestación final del baloncesto, pero para conseguirla es preciso desarrollar
un amplio y extenso proceso organizativo en diferentes vertientes y distintos
planos. Con tal de que mantuviera la conexión con ese deporte, a él le era
indiferente ocupar cualquier puesto dentro de esa larga cadena. No en vano el
baloncesto corre por sus venas. Ha sido jugador, entrenador, instructor
técnico, estudioso, delegado, ojeador, evaluador, director deportivo,
descubridor de talentos, responsable de eventos, formador de jugadores,
consultor, mediador, árbitro de conflictos, mentor, tutor, gestor de crisis,
asesor, y algunas cosas más, y ello sin contar todos los intangibles asociados
a su persona. La larga lista de contactos, relaciones y afinidades personales
que atesora da fe de ello y avala su forma de actuar. Manolo Rubia representa
hoy un activo deportivo e institucional de primer nivel, de talla internacional.
Como expresidente
del Club Baloncesto Málaga, como miembro de sus órganos de gobierno durante veinte
años, como directivo del patrocinador principal del Club, no puedo sino expresar,
en lo que ha sido mi experiencia individual directa, mi más alta valoración acerca
de su largo recorrido profesional, en etapas tan prolongadas y diversas en la
historia del deporte malagueño. En los momentos de júbilo y en los de
adversidad ha sido sumamente valioso poder contar con él, con alguien que se ha
movido y guiado por una defensa a ultranza del proyecto del Club de Los
Guindos.
Después de haber
pasado por los cargos más heterogéneos, le queda quizás uno para completar el
ciclo en su plenitud, el de consejero, no según la literalidad del término, ya
que siempre lo ha sido, sino en la acepción más formal como miembro de un
órgano de gobierno. Desde esa posición o de otra, estoy convencido de que el
caudal de conocimientos y la experiencia que acumula van a ser aprovechados, ya
sea en la esfera local o fuera de ella. Con independencia de lo que ocurra en
el futuro, la figura de Manolo Rubia se merece ocupar, en mi opinión, un sitio
de honor en la historia del baloncesto malagueño.
(Artículo
publicado en el diario “Sur”)