Según Mario
Vargas Llosa, “Una contribución valiosa de la Francia contemporánea, en el
campo de las ideas, no han sido […] sino un periodista y ensayista político: Jean-François
Revel (1924-2006)”. No sólo estoy plenamente de acuerdo con el escritor peruano,
sino que lamento profundamente que una figura de su talla intelectual no esté
ya entre nosotros para aportar su enriquecedora perspectiva acerca de los
problemas que nos aquejan como sociedad, y como baluarte de la defensa de la
libertad. Nos queda el consuelo de poder acudir a su obra escrita a la búsqueda
de claves interpretativas y de rearme moral.
En el libro
de sus Memorias[1]
nos dejó también algunas reflexiones acerca del valor y el significado del tiempo.
Algunas de ellas con el apoyo de expresiones filosóficas o poéticas de la
Antigüedad.
Así, por una
parte, reconocía que “Nunca he podido leer sin enfurecerme conmigo mismo estas
líneas que escribe Séneca a su discípulo Lucilio: ‘Todas las cosas, Lucilio,
nos son ajenas, sólo el tiempo en realidad nos pertenece: esta cosa fugaz y
escurridiza nos la dio en propiedad la naturaleza, y de ella puede, sí,
desposeernos cualquiera que se empeñe…’”.
Y, más
adelante, como cabecera de uno de los capítulos, recoge estos versos de Marcial:
“Siempre estás diciendo, Póstumo, que mañana vivirás. Dime, Póstumo, ¿ese
mañana cuándo llegará?... ¿Vivirás mañana? Vivir hoy, Póstumo, ya es vivir
demasiado tarde”. Al hilo de éstos, afirma Revel que “Todos llegan tarde o temprano
a un momento de su vida en que de pronto se percatan de que ‘el mañana ha
llegado’. […] una mañana se levantan y saben que ya no habrá nada importante
que modifique la estructura general de un destino cuyas líneas maestras están
trazadas, sin marcha atrás y sin posibilidad de añadir nada que sea esencial. Hasta
una edad más o menos alejada del nacimiento o la muerte… un ser humano puede
tener la sensación de poder cambiar las bases mismas de su existencia, de poder
dar una orientación nueva a su trayectoria. Desde el momento en que esta libertad
desaparece, llega el último mañana y se convierte en un hoy, y ya no hay regeneración
posible que extraiga un hombre nuevo del viejo”.
No puede decirse
que sea un mensaje sumamente alentador. Más bien viene a rebajar despiadadamente
el tono optimista del “nunca es tarde…”. Pero es verdad que el tiempo, ese don
tan maravilloso, es finito e impredecible en su dotación real. Tampoco se
dispone siempre en la práctica, por distintas razones, de una autonomía
efectiva para su gestión. De hecho, para muchas personas, no existe margen de
maniobra en el recorrido de su sendero vital: a pesar de las sabiduría senequista, ¿pertenece el tiempo realmente a cualquier persona?
Cuando lo
andado es ya mucho, no cabe esperar que la senda restante sea muy dilatada. Otros, sin embargo, no
han tenido la suerte de gozar de esa oportunidad. Puede que sea ya tarde, pero
ha llegado quizás la hora del “réveil”, después de muchos años sin ni siquiera
haber tomado conciencia de que podía haberlo.
Y, además, siempre
nos quedará Revel, aunque sólo sea para ponernos ante el espejo.
[1] Jean-François Revel, “Memorias. El ladrón en la casa vacía”. Prólogo de Mario Vargas Llosa, Gota, 2007.