26 de julio de 2021

La plumaria como milagro de la época estival

 

“… olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera” (Antonio Machado).

 

Me aventuré esa mañana a salir a la calle. Aún era temprano, pero el calor era ya sofocante. Al llegar al parque del barrio me encontré con Marcelo. Pese a ser sábado, allí estaba, como casi siempre, esmerándose en el cuidado de sus plantas. Me recuerda a Gabriel, el ejemplar y entrañable jardinero del edificio del Rectorado en el Ejido y de la Facultad de Económicas. Hace tiempo que nos dejó, pero lo sigo recordando con gran afecto y admiración.

Desde que leyó la entrada de este blog dedicada a la strelitzia que el plantó, Marcelo se muestra entusiasmado al mostrarme los resultados, a veces asombrosos, de sus habilidades y conocimientos botánicos. Esta vez presentía, por su actitud, que me tenía reservada una sorpresa considerable.

Hacía tiempo que no veía tan bella planta, asociada tradicionalmente a la flora malacitana, pero que, seguramente por una excesiva concentración de hábitos urbanos y una ausencia total de paseos por zonas apropiadas, casi había dado por extinguida. No sé si por este motivo, o tal vez por la intensidad de la implacable época estival, el impacto visual y sensorial fue mayúsculo.

Sobrecogido por tanta belleza, no pude evitar creer que estaba viviendo algún tipo de espejismo provocado por la insolación. Aturdido, me dispuse a sacar una fotografía, pero me di cuenta de que no llevaba el teléfono móvil. Tampoco Marcelo, que se resiste a utilizar -afortunado él- este tipo de aparatos. No pasaba nadie por el parque, y quedé sumido en la desesperación, porque estaba convencido de que la imagen no era real o de que, en el mejor de los casos, tendría una vida muy efímera.

Casi había tirado la toalla cuando vi que alguien, a paso veloz, se acercaba a nosotros. Parecía que era Edmundo, y alzaba la mano mostrando un celular. Era mi salvación.

Pude sacar la foto, pero mientras lo hacía tomé conciencia de que en mi barrio no había ningún parque. Me encontraba solo. Entonces llegó la enfermera para decirme que no debería adentrarme solo en esa zona del jardín de la clínica, y que era la hora del reconocimiento médico.

Después de rogarle mucho, Elisa accedió a enseñarme la foto. Al día siguiente acudí al mismo lugar, pero no localicé a Marcelo, ni tampoco ningún rastro de la plumaria.




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