El siglo veinte estuvo marcado por la pugna entre
sistemas económicos y políticos antagónicos. Con la caída, en el año 1989, del
Muro de Berlín daba la impresión de que se había llegado al “fin de la
historia” en sentido hegeliano, como pauta evolutiva a largo plazo. Parecía que
el modelo de democracias liberales sustentadas en una economía mixta de mercado
sería el punto de confluencia.
Fue un espejismo. La gran crisis económica y
financiera internacional de 2007-2008 puso al descubierto una serie de fallas
estructurales. El capitalismo, de ser tenido por fuente de riqueza y
prosperidad, pasó a ser considerado el origen de todos los males. Aunque no
faltan analistas que, a contracorriente, apuntan que las causas de la crisis
radicaron, en buena medida, en un intervencionismo desacertado del sector
público.
La Gran Recesión fue una dura prueba para el
capitalismo, de la que, algunos años después, trataba de escapar, aunque lleno
de magulladuras. La situación es distinta a raíz de la crisis originada por la
pandemia del coronavirus, que ha dado lugar a una disrupción sin precedentes. A
la concatenación de cambios que se vienen produciendo en la realidad económica
se une un enorme despliegue ideológico de alcance global. Paradójicamente, la
sentencia condenatoria al capitalismo proviene también de influyentes centros
asociados al pensamiento de las grandes élites económicas. Así se desprende de “Covid-19:
The Great Reset”, obra elaborada por Klaus Schwab, fundador y presidente del
Foro Económico Mundial, y Thierry Malleret.
La pandemia del coronavirus ha constituido un mal
de proporciones inconmensurables, pero también una oportunidad sin igual -que
invitan a acoger con entusiasmo- para llevar a cabo una profunda transformación
económica y social. Tras el afloramiento de un conjunto de deficiencias, postulan
que debemos rediseñar nuestro mundo. Partiendo de que las pandemias han sido
históricamente grandes “reseteadores” de las economías nacionales, consideran
que también será ahora el caso, en un contexto dominado por tres fuerzas
prevalecientes: interdependencia, velocidad y complejidad.
Vislumbran una era postpandémica marcada por una
masiva redistribución de la riqueza, impulsada por grandes revueltas sociales.
Ante la extensión de la pobreza y la miseria, la “acción social disruptiva” se
convierte en opción. En paralelo con la ejecución de la sentencia de muerte del
liberalismo dictada por la Covid-19, se vuelve a una era de un sector público
de gran tamaño. Igualmente se aboga por mejorar el funcionamiento y la
legitimación de las instituciones globales, sin las cuales “el mundo será
pronto inmanejable y peligroso”, y por la instauración de un nuevo “contrato
social”, para satisfacer las aspiraciones de las generaciones de jóvenes.
El reinicio es crucial en la esfera medioambiental,
según un enfoque articulado en una combinación de un giro radical y sistémico
en la producción de energía, y modificaciones en los hábitos de consumo. A su
vez, las empresas han de basar sus estrategias en función de las prioridades de
los distintos grupos de interés. Los individuos deben orientar sus esfuerzos a
la búsqueda del “bien común”, aunque se reconoce que no es sencillo decidir
colectivamente qué es lo mejor para la sociedad.
El Gran Reinicio es imprescindible para afrontar
los grandes retos sociales y alcanzar un mundo mejor, dentro de un escenario en
el que la libertad individual, salvo en lo referente a la pérdida de privacidad
ligada al uso de dispositivos electrónicos, no merece ni un renglón. Los
derechos humanos y las elecciones libres, que tanta importancia tuvieron
durante la Guerra Fría, ya no son algo prioritario. Ahora bien, se recuerda que,
a diferencia de la Unión Soviética, China no trata de imponer su ideología en
todo el mundo.
Tras las grandes carencias puestas de manifiesto
por la pandemia, es necesario hacer que el mundo sea menos divisorio, menos
contaminante, menos destructivo, más inclusivo, más equitativo y más justo que antes.
Un mantra recorre el mundo, el mantra del Gran Reinicio. Todas las potencias
nacionales y supranacionales se han aliado en una sagrada liturgia para
elevarlo a los altares. El Gran Reinicio anuncia el ocaso definitivo del modelo
al que Fukuyama atribuía la condición de estación de llegada en la evolución
histórica.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)