15 de junio de 2021

Plantación de árboles y crisis climática: efectos colaterales insospechados

 

En una entrada de este blog de fecha 20 de febrero de 2021 (“El manifiesto verde de Bill Gates”), se mostraba nuestra desazón a raíz de la aseveración de Bill Gates en el sentido de que la alternativa de la plantación de árboles como forma de absorber parte del carbono era irrisoria a tenor de la magnitud requerida.

La sorpresa es ahora mayúscula cuando nos enteramos de que “medidas populares para combatir el cambio climático tales como la plantación de árboles y el cambio a la bioenergía pueden dañar la naturaleza y minar los esfuerzos para reducir el calentamiento global, según un informe suscrito por 50 destacados científicos”[1]. A mayor abundamiento, “los árboles adecuados deben ser plantados en los sitios adecuados con objeto de no destruir los ecosistemas locales”, y debe tenerse presente que el cambio climático “puede reducir drásticamente la mitigación potencial de los bosques, debido a un aumento en eventos extremos como los incendios, los insectos y los patógenos”[2].

A falta de poder indagar en el contenido del informe original, el argumento de los científicos, según la fuente consultada, se centra en que, si no se consideran conjuntamente las repercusiones de las medidas adoptadas en las vertientes del clima y la naturaleza, pueden producirse consecuencias potencialmente peligrosas. A este respecto, la plantación de especies que se utilizan como combustible para la bioenergía es perjudicial para los ecosistemas cuando se hace a gran escala.

Ante este panorama un tanto deprimente, no he podido evitar recordar el caso de un pequeño arbusto que los servicios municipales habían plantado justo delante de una apreciada ventana en cuyo alféizar un día anidaron las golondrinas. Entonces aún había primaveras. En más de una ocasión, el frágil arbolito quedó maltrecho, ya fuera por efecto de la lluvia, del viento o de alguna interferencia no meteorológica. En su auxilio siempre acudía mi padre, quien antes de partir no tuvo la oportunidad de ver cómo su planta protegida pudo superar toda suerte de adversidades y convertirse en un árbol robusto y frondoso.

Después de muchos años regresé a ese lugar, y me quedé sorprendido por la gran transformación operada. Cautivado ante ese milagro de la naturaleza, sentí que el árbol mostraba de alguna manera su gratitud hacia su paciente y esmerado cuidador.

Antes de que el asfalto invadiera aquellas pacíficas calles, los naranjos nos recordaban el tránsito de las estaciones, y las moreras, el ciclo de la vida. Sin darnos cuenta, y sin saber qué rumbo nos esperaba, hemos asistido a una metamorfosis sin tregua, no programada e incierta.

Bastante tiempo atrás, en la época de la Cruz de Mayo, quise apresurarme a fin de ir cubriendo uno de los tres grandes deberes para la supuesta completitud vital. Junto al paredón del río Guadalmedina, cerca de “La Rosaleda”, traté vanamente de plantar un árbol. No empezaba con buen pie esa triple aspiración, que tardaría bastante en materializarse. No fue hasta completar la tríada cuando tomé conciencia de que, si había sido difícil el empeño, iba a ser mucho más ardua la responsabilidad asumida en los tres frentes.





[1] Vid. C. Hodgson, “Tree planting could undermine fight against climate crisis, scientists warn”, Financial Times, 10 de junio de 2021.

[2] Ibíd.

Entradas más vistas del Blog