Los
milagros del profeta Eliseo no son quizás de los más conocidos del Antiguo
Testamento, pero hay que reconocer que el sucesor de Elías estaba dotado de
unos poderes y facultades exorbitantes. Sin embargo, no puede decirse que, en general, pudieran
incardinarse holgadamente, con los ojos de hoy, dentro del ámbito de los criterios ASG
(medioambientales, sociales y de gobernanza). Incluso una persona bautizada con
su nombre, con motivo de la celebración de su onomástica, llegaba a plantearse
qué otros méritos debía de haber contraído a fin de contrarrestar el episodio
de los feroces osos que acabaron con la vida de 42 muchachos. Su pecado había sido burlarse del profeta utilizando el apelativo “calvo”.
Así
se narra en el Segundo Libro de los Reyes. También allí podemos encontrar algunas
tácticas no demasiado ecologistas para combatir al enemigo: “tomaréis, pues,
todas las ciudades amuralladas, talaréis los mejores árboles, cegaréis todas
las fuentes y cubriréis con piedras los campos más fértiles”. En este punto
quizás hay que matizar la posible existencia de un punto de conexión con las
doctrinas de los defensores del “Great Reset”, que denuestan el papel de la agricultura
en la degradación medioambiental.
Destaca igualmente Eliseo por la firmeza y coherencia de las pautas transmitidas a sus
seguidores. “No le enviéis a nadie”, ordena cuando le plantean enviar a hombres
de guerra “para buscar a tu señor”. No obstante, ante su insistencia,
finalmente accedió: “Enviadlos”. Según relata el texto bíblico, “Ellos enviaron
cincuenta hombres que estuvieron tres días buscándolo, mas no lo hallaron. Al
regresar a Jericó, donde se había quedado Eliseo, les recordó este: ¿No os
ordené que no fueseis?”. Hasta el momento de su muerte estuvo dictando órdenes,
no siempre expresadas con total transparencia, pero con trascendentales
consecuencias. Su poder se mantuvo luego intacto, dotado de facultades insólitas
capaces de hacer recobrar la vida.