17 de junio de 2021

Elizabeth Boody: la sombra de Schumpeter es alargada; su luz, brillante

 

Elizabeth Boody Schumpeter (1898-1953) fue una competente economista norteamericana, dotada de grandes cualidades para llevar a cabo investigaciones rigurosas, que, sin embargo, eligió poner su valía intelectual al servicio de una de las grandes figuras del pensamiento económico, Joseph A. Schumpeter, con quien contrajo matrimonio. Esa opción tuvo, sin duda, un elevado coste de oportunidad, el de todas las contribuciones personales no materializadas, pero, en contraposición, posibilitó que el mundo académico no se viese privado del legado de la colosal obra del gran economista austríaco “Historia del análisis económico”.

 

Al economista austríaco Joseph A. Schumpeter, según narra Heilbroner, “le gustaba afirmar que siempre había tenido tres deseos –ser un gran amante, un gran jinete y un gran economista-, pero que, desgraciadamente, la vida sólo le había concedido dos de los tres”[1]. Semejante declaración, especialmente al provenir de un personaje no ungido con el don de una exagerada modestia, tiene el aroma de una suerte de trilema al estilo del postulado por Dani Rodrik, aunque no se perciba una incompatibilidad intrínseca que obligue de antemano a tener que renunciar a uno de los tres atributos.

Y, aunque Schumpeter nunca reveló a cuáles de los dos se refería[2], a la vista de la enorme repercusión que tuvo en la trayectoria personal y profesional de Elizabeth Boody, aparte, naturalmente, de otros indicios más generales, no quedaría más remedio que colegir que la condición de gran economista hubo de ser necesariamente uno de ellos. La vida de Elizabeth Boody Schumpeter, una vida bastante corta (1898-1953), ofrece un amplio repertorio de piezas y elementos sugerentes que podrían inspirar una novela costumbrista articulada en un singular núcleo de relaciones amorosas, de convenciones sociales y de conflictos personales en la elección de los derroteros profesionales. También ilustra como pocas cuál era, hacia mediados del siglo pasado, el papel de las mujeres en la Economía en el ámbito académico. Quien quisiera escribirla cuenta ya con un texto de gran utilidad acerca de la vida, el tiempo y las aportaciones de la economista estadounidense[3].

Romaine Elizabeth Boody nació en el mes de agosto de 1898 en Lawrence, Massachusetts, de madre de origen sueco y padre norteamericano. En esa ciudad industrial dominada por la industria textil, propensa a la influencia del ciclo económico, vivió con su familia hasta que, en el otoño de 1916, ingresó en el Radcliffe College, enclavado en el santuario de Harvard.

La trayectoria de las mujeres en el campo de la Economía ha estado marcada por distintos signos de discriminación, explícitos o implícitos, lo que no impide reconocer que unos tipos de discriminaciones son más discriminatorios que otros. Estudiar en el Radcliffe College representaba una diferenciación negativa, pero al propio tiempo también un privilegio respecto a muchas mujeres y muchos hombres aspirantes a economistas. En esa Universidad reservada para mujeres, en la que los profesores de Harvard impartían clases, Elizabeth se licenció y doctoró en Economía. El hecho de que los centros universitarios centrados en la enseñanza de mujeres integrantes, como Radcliffe, de Las Siete Hermanas fueran claramente elitistas no ha impedido que fuesen objeto de crítica por no haber propiciado el liderazgo femenino en pie de igualdad con el masculino.

Allí consiguió la licenciatura con la calificación de summa cum laude, la primera vez que Radcliffe la otorgaba en los estudios de Economía[4]. Luego, tras una experiencia como ayudante en el departamento de personal de una empresa textil, retornó a la actividad académica en Harvard, y dio comienzo a sus estudios de doctorado, que orientó a la investigación de los factores determinantes del rápido crecimiento del comercio de Inglaterra en el siglo XVIII. Una estancia de dos años (1926-1927) en este país le permitió estudiar in situ las estadísticas del comercio inglés[5].

Afectada por un problema de salud, se retrasó en la finalización de su tesis doctoral, sin perjuicio de lo cual accedió a un puesto de profesora ayudante en el Vassar College, también integrante del mismo fraternal septeto elitista. Sin embargo, un tanto curiosamente, su vida se orientó al matrimonio, que contrajo en el año 1929, y a la horticultura y la jardinería, sin duda seducida por el vivero de plantas de la encantadora casa que su primer marido tenía en Taconic. Estos hábitos arraigaron fuertemente en ella, en contraste con su estatus familiar, al que un divorcio puso término antes de retornar a Harvard. Si acceder al rango de profesor en Harvard era sumamente complicado, para una mujer, en aquella época, era una misión imposible. Aceptar encargos de investigación, sin mayores metas, era el peaje a pagar por una mujer que quisiese permanecer en aquel templo supremo del saber económico.

Después de una vida académica y personal sembrada de avatares, Joseph Alois Schumpeter, al filo de la cincuentena, en el otoño de 1932 había llegado a Harvard provisto de un nombramiento como profesor permanente, y sumido en una depresión psicológica a raíz de la pérdida de su joven esposa Annie. Elizabeth y él se conocieron en 1933 y, según parece, ella quedó prendada del experimentado economista, que la contrató como ayudante de investigación y la impulsó en la finalización de su tesis doctoral. Algún tiempo después, el autor de “Capitalismo, socialismo y democracia”, mucho más brillante como teórico que como ejecutor de políticas económicas y de proyectos financieros, se convirtió, no sin considerables reticencias iniciales, en su esposo, lo que constituyó un factor determinante en su recuperación anímica y científica[6].

Elizabeth publicó diversos trabajos relacionados con sus investigaciones doctorales que han sido objeto de elogio. En este sentido, el artículo en el que presenta índices de precios de bienes de consumo y de producción en Inglaterra entre los años 1660 y 1880 ofrece una prueba patente de su formación, rigor y minuciosidad[7]. El estudio de la relación entre las finanzas públicas y los precios refleja su gran capacidad y agudeza analíticas. Cuando uno lee ese artículo, escrito hace más de 80 años, no puede sino calibrar la potencialidad en el campo de la investigación económica que cabría atribuir a su autora. Sin embargo, no fue ese el camino que ella prefirió, ya que antepuso su matrimonio y, muy en particular, ayudar a su marido en su trabajo intelectual. Los estudios sobre la economía japonesa fueron una de las líneas de colaboración conjunta, lo que, a la postre, en una etapa marcada por los conflictos bélicos, les acarrearon algunos inconvenientes.

Elizabeth Boody renunció voluntariamente a proseguir su carrera como investigadora y consagró sus esfuerzos en apoyar el trabajo de su marido. Su decisión tuvo inevitablemente un coste de oportunidad, que cabe cifrar en una magnitud elevada a tenor de los antecedentes descritos, pero, entre otros resultados tangibles, hay uno que destaca sobremanera. Gracias a su aportación, la comunidad académica ha podido ser receptora de una obra tan relevante como “Historia del análisis económico”. En 1950, poco antes de cumplir 67 años, fallecía el economista de origen austríaco. Tres años y medio después, en julio de 1953, Elizabeth decía también adiós, sin apenas tiempo de ver plenamente culminado su magno proyecto editorial. La primera edición de “Historia del análisis económico” vio la luz en el año 1954.

Quien haya leído esa obra es consciente de la dedicación en la que, simplemente como lector, es preciso incurrir para asimilar la ingente cantidad de conocimientos que en ella se acumulan. Es bien conocido cómo era, en expresión de Gottfried Haberler, el arte de la oratoria de Schumpeter: su enorme amplitud de ideas y su gran profundidad analíticas hacían que “resultara enormemente difícil expresar sus ideas sobre cualquier materia de forma sistemática y ordenada”[8]. Cuesta, pues, pensar cuál debió de ser el esfuerzo desplegado por la encargada de la edición de un texto inconcluso -que en ni una sola de sus partes había llegado a su forma final- con tanta extensión y complejidad.

En julio de 1952, en Taconic (Connecticut), E.B.S. estampaba su firma en la nota introductoria. En ella encontramos algunas claves sobre el autor y también sobre la editora. “… en la Historia podía [Schumpeter] entretejer los hilos de todos sus intereses: la filosofía, la sociología, la historia, la teorías y temáticas aplicadas, como el dinero, los ciclos, la hacienda pública, el socialismo”[9]. Según Elizabeth, Schumpeter había trabajado en su “Historia del análisis económico” durante los nueve últimos años de su vida, “pero en un sentido más amplio se puede decir que [estuvo] trabajando en ella durante su vida entera”[10].

Los detalles recogidos en el “Apéndice del editor” son, por otro lado, buen reflejo de la meticulosidad y la laboriosidad, así como de la capacidad de desenvolvimiento de E.B.S. en un tratado sobre la historia del análisis económico. En el capítulo 2 de su Historia dejó escrito Schumpeter que “lo que distingue al economista ‘científico’ del resto de la gente que piensa, habla y escribe de economía es el dominio de técnicas que clasificamos bajo los tres títulos de historia, estadística y ‘teoría’. Los tres juntos constituyen lo que llamaremos análisis económico”[11].

Elizabeth Boody reunía grandes cualidades para que su nombre hubiese quedado inscrito en el panteón de las eminentes figuras de la Economía. De ella se ha afirmado que “tenía una soberbia mente analítica, un grácil estilo de escritura, y unas habilidades matemáticas en algunos aspectos superiores a las de [Schumpeter]”[12]. Sin embargo, optó por engrandecer la huella de su querido y admirado esposo. Su prematuro adiós tras la marcha de Schumpeter nos dejó sin saber cuál habría sido su rumbo en solitario, pero tuvo tiempo suficiente para hacernos llegar un legado inconmensurable como es la “Historia del análisis económico”. De ésta dijo Marjorie Grice-Hutchinson: “la he estado leyendo desde que apareció en 1954 y quiero seguir haciéndolo tanto tiempo como me sea posible. Cuando estoy fatigada la abro al azar, y al cerrarla, nunca dejo de sentirme reanimada y fresca. ¿Cuántas historias de la teoría económica tienen el mismo efecto terapéutico?”[13]. ¿Qué porcentaje de ese magnífico producto final -nos podríamos preguntar- cabría, en justicia, atribuirle a Elizabeth Boody?

(Artículo publicado en “UniBlog”)



[1] Robert L. Heilbroner, “Los filósofos terrenales. Vida, tiempo e ideas de los grandes pensadores de la economía”, versión española, Alianza editorial, 2016, pág. 431.

[2] Vid. I. Sohn, “Last two centuries had their own multitaskers”, Financial Times, 1 de septiembre de 2018.

[3] Vid. Manuel Santos Redondo, “Elizabeth Boody Schumpeter (1898-1953). Economista, esposa y editora”, en Luis Perdices de Blas y Elena Gallego Abaroa (coords.), “Mujeres economistas. Las aportaciones de las mujeres a la ciencia económica y a su divulgación durante los siglos XIX y XX”, Ecobook-Editorial del Economista, 2007, págs. 385-409.

[4] Vid. Thomas K. McGraw, Prophet of innovation”, The Belkna Press of Harvard University Press, 2007, pág. 236.

[5] Vid. M. Santos Redondo, op. cit., pág. 388.

[6] Vid. Miguel González Moreno, “Joseph Alois Schumpeter (1883-1950): una semblanza”, eXtoikos, nº 1, 2011, pág. 85.

[7] Vid. Elizabeth B. Schumpeter, “English prices and public finance, 1660-1822”, The Review of Economics and Statistics, febrero 1938, vol. 20, nº 1, págs. 21-37.

[8] Vid. William M. Johnston, “El genio austrohúngaro. Historia social e intelectual (1848-1938)”, KRK Ediciones, 2009, págs. 233-234.

[9] Elizabeth Boody Schumpeter, “Nota introductoria”,  a Joseph A. Schumpeter, “Historia del análisis económico”, versión española, Ediciones Ariel, 1971, pág.  12.

[10] Ibíd., pág. 14.

[11] J. A. Schumpeter, “Historia del análisis económico”, op. cit., pág. 47.

[12] Vid. McGraw, op. cit., pág. 237.

[13] M. Grice-Hutchinson, “Los economistas españoles y la historia del análisis económico de Schumpeter”, Papeles de Economía Española, nº 17, 1983, pág. 183.



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