Elizabeth Boody Schumpeter (1898-1953) fue una
competente economista norteamericana, dotada de grandes cualidades para llevar
a cabo investigaciones rigurosas, que, sin embargo, eligió poner su valía
intelectual al servicio de una de las grandes figuras del pensamiento
económico, Joseph A. Schumpeter, con quien contrajo matrimonio. Esa opción
tuvo, sin duda, un elevado coste de oportunidad, el de todas las contribuciones
personales no materializadas, pero, en contraposición, posibilitó que el mundo
académico no se viese privado del legado de la colosal obra del gran economista
austríaco “Historia del análisis económico”.
Al economista austríaco Joseph A. Schumpeter, según
narra Heilbroner, “le gustaba afirmar que siempre había tenido tres deseos –ser
un gran amante, un gran jinete y un gran economista-, pero que,
desgraciadamente, la vida sólo le había concedido dos de los tres”[1].
Semejante declaración, especialmente al provenir de un personaje no ungido con
el don de una exagerada modestia, tiene el aroma de una suerte de trilema al estilo del postulado por Dani
Rodrik, aunque no se perciba una incompatibilidad intrínseca que obligue de
antemano a tener que renunciar a uno de los tres atributos.
Y, aunque Schumpeter nunca reveló a cuáles de los
dos se refería[2], a la
vista de la enorme repercusión que tuvo en la trayectoria personal y
profesional de Elizabeth Boody, aparte, naturalmente, de otros indicios más
generales, no quedaría más remedio que colegir que la condición de gran
economista hubo de ser necesariamente uno de ellos. La vida de Elizabeth Boody
Schumpeter, una vida bastante corta (1898-1953), ofrece un amplio repertorio de
piezas y elementos sugerentes que podrían inspirar una novela costumbrista
articulada en un singular núcleo de relaciones amorosas, de convenciones sociales
y de conflictos personales en la elección de los derroteros profesionales. También
ilustra como pocas cuál era, hacia mediados del siglo pasado, el papel de las
mujeres en la Economía en el ámbito académico. Quien quisiera escribirla cuenta
ya con un texto de gran utilidad acerca de la vida, el tiempo y las
aportaciones de la economista estadounidense[3].
Romaine Elizabeth Boody nació en el mes de agosto
de 1898 en Lawrence, Massachusetts, de madre de origen sueco y padre
norteamericano. En esa ciudad industrial dominada por la industria textil,
propensa a la influencia del ciclo económico, vivió con su familia hasta que,
en el otoño de 1916, ingresó en el Radcliffe College, enclavado en el santuario
de Harvard.
La trayectoria de las mujeres en el campo de la
Economía ha estado marcada por distintos signos de discriminación, explícitos o
implícitos, lo que no impide reconocer que unos tipos de discriminaciones son
más discriminatorios que otros. Estudiar en el Radcliffe College representaba
una diferenciación negativa, pero al propio tiempo también un privilegio
respecto a muchas mujeres y muchos hombres aspirantes a economistas. En esa
Universidad reservada para mujeres, en la que los profesores de Harvard
impartían clases, Elizabeth se licenció y doctoró en Economía. El hecho de que
los centros universitarios centrados en la enseñanza de mujeres integrantes,
como Radcliffe, de Las Siete Hermanas
fueran claramente elitistas no ha impedido que fuesen objeto de crítica por no
haber propiciado el liderazgo femenino en pie de igualdad con el masculino.
Allí consiguió la licenciatura con la calificación
de summa cum laude, la primera vez
que Radcliffe la otorgaba en los estudios de Economía[4].
Luego, tras una experiencia como ayudante en el departamento de personal de una
empresa textil, retornó a la actividad académica en Harvard, y dio comienzo a
sus estudios de doctorado, que orientó a la investigación de los factores
determinantes del rápido crecimiento del comercio de Inglaterra en el siglo XVIII.
Una estancia de dos años (1926-1927) en este país le permitió estudiar in situ las estadísticas del comercio
inglés[5].
Afectada por un problema de salud, se retrasó en la
finalización de su tesis doctoral, sin perjuicio de lo cual accedió a un puesto
de profesora ayudante en el Vassar College, también integrante del mismo fraternal septeto elitista. Sin embargo,
un tanto curiosamente, su vida se orientó al matrimonio, que contrajo en el año
1929, y a la horticultura y la jardinería, sin duda seducida por el vivero de
plantas de la encantadora casa que su primer marido tenía en Taconic. Estos
hábitos arraigaron fuertemente en ella, en contraste con su estatus familiar,
al que un divorcio puso término antes de retornar a Harvard. Si acceder al
rango de profesor en Harvard era sumamente complicado, para una mujer, en
aquella época, era una misión imposible. Aceptar encargos de investigación, sin
mayores metas, era el peaje a pagar por una mujer que quisiese permanecer en
aquel templo supremo del saber económico.
Después de una vida académica y personal sembrada
de avatares, Joseph Alois Schumpeter, al filo de la cincuentena, en el otoño de
1932 había llegado a Harvard provisto de un nombramiento como profesor
permanente, y sumido en una depresión psicológica a raíz de la pérdida de su
joven esposa Annie. Elizabeth y él se conocieron en 1933 y, según parece, ella
quedó prendada del experimentado economista, que la contrató como ayudante de
investigación y la impulsó en la finalización de su tesis doctoral. Algún
tiempo después, el autor de “Capitalismo, socialismo y democracia”, mucho más
brillante como teórico que como ejecutor de políticas económicas y de proyectos
financieros, se convirtió, no sin considerables reticencias iniciales, en su
esposo, lo que constituyó un factor determinante en su recuperación anímica y
científica[6].
Elizabeth publicó diversos trabajos relacionados
con sus investigaciones doctorales que han sido objeto de elogio. En este
sentido, el artículo en el que presenta índices de precios de bienes de consumo
y de producción en Inglaterra entre los años 1660 y 1880 ofrece una prueba
patente de su formación, rigor y minuciosidad[7].
El estudio de la relación entre las finanzas públicas y los precios refleja su
gran capacidad y agudeza analíticas. Cuando uno lee ese artículo, escrito hace
más de 80 años, no puede sino calibrar la potencialidad en el campo de la
investigación económica que cabría atribuir a su autora. Sin embargo, no fue
ese el camino que ella prefirió, ya que antepuso su matrimonio y, muy en
particular, ayudar a su marido en su trabajo intelectual. Los estudios sobre la
economía japonesa fueron una de las líneas de colaboración conjunta, lo que, a
la postre, en una etapa marcada por los conflictos bélicos, les acarrearon
algunos inconvenientes.
Elizabeth Boody renunció voluntariamente a
proseguir su carrera como investigadora y consagró sus esfuerzos en apoyar el
trabajo de su marido. Su decisión tuvo inevitablemente un coste de oportunidad,
que cabe cifrar en una magnitud elevada a tenor de los antecedentes descritos,
pero, entre otros resultados tangibles, hay uno que destaca sobremanera.
Gracias a su aportación, la comunidad académica ha podido ser receptora de una
obra tan relevante como “Historia del análisis económico”. En 1950, poco antes
de cumplir 67 años, fallecía el economista de origen austríaco. Tres años y
medio después, en julio de 1953, Elizabeth decía también adiós, sin apenas tiempo
de ver plenamente culminado su magno proyecto editorial. La primera edición de
“Historia del análisis económico” vio la luz en el año 1954.
Quien haya leído esa obra es consciente de la dedicación
en la que, simplemente como lector, es preciso incurrir para asimilar la
ingente cantidad de conocimientos que en ella se acumulan. Es bien conocido
cómo era, en expresión de Gottfried Haberler, el arte de la oratoria de Schumpeter: su enorme amplitud de ideas y su
gran profundidad analíticas hacían que “resultara enormemente difícil expresar
sus ideas sobre cualquier materia de forma sistemática y ordenada”[8].
Cuesta, pues, pensar cuál debió de ser el esfuerzo desplegado por la encargada
de la edición de un texto inconcluso -que en ni una sola de sus partes había
llegado a su forma final- con tanta extensión y complejidad.
En julio de 1952, en Taconic (Connecticut), E.B.S.
estampaba su firma en la nota introductoria. En ella encontramos algunas claves
sobre el autor y también sobre la editora. “… en la Historia podía [Schumpeter] entretejer los hilos de todos sus
intereses: la filosofía, la sociología, la historia, la teorías y temáticas
aplicadas, como el dinero, los ciclos, la hacienda pública, el socialismo”[9].
Según Elizabeth, Schumpeter había trabajado en su “Historia del análisis
económico” durante los nueve últimos años de su vida, “pero en un sentido más
amplio se puede decir que [estuvo] trabajando en ella durante su vida entera”[10].
Los detalles recogidos en el “Apéndice del editor”
son, por otro lado, buen reflejo de la meticulosidad y la laboriosidad, así
como de la capacidad de desenvolvimiento de E.B.S. en un tratado sobre la
historia del análisis económico. En el capítulo 2 de su Historia dejó escrito Schumpeter que “lo que distingue al
economista ‘científico’ del resto de la gente que piensa, habla y escribe de
economía es el dominio de técnicas que clasificamos bajo los tres títulos de
historia, estadística y ‘teoría’. Los tres juntos constituyen lo que llamaremos
análisis económico”[11].
Elizabeth Boody reunía grandes cualidades para que
su nombre hubiese quedado inscrito en el panteón de las eminentes figuras de la
Economía. De ella se ha afirmado que “tenía una soberbia mente analítica, un
grácil estilo de escritura, y unas habilidades matemáticas en algunos aspectos
superiores a las de [Schumpeter]”[12].
Sin embargo, optó por engrandecer la huella de su querido y admirado esposo. Su
prematuro adiós tras la marcha de Schumpeter nos dejó sin saber cuál habría
sido su rumbo en solitario, pero tuvo tiempo suficiente para hacernos llegar un
legado inconmensurable como es la “Historia del análisis económico”. De ésta
dijo Marjorie Grice-Hutchinson: “la he estado leyendo desde que apareció en
1954 y quiero seguir haciéndolo tanto tiempo como me sea posible. Cuando estoy
fatigada la abro al azar, y al cerrarla, nunca dejo de sentirme reanimada y
fresca. ¿Cuántas historias de la teoría económica tienen el mismo efecto
terapéutico?”[13]. ¿Qué
porcentaje de ese magnífico producto final -nos podríamos preguntar- cabría, en
justicia, atribuirle a Elizabeth Boody?
(Artículo publicado en “UniBlog”)
[1]
Robert L. Heilbroner, “Los filósofos terrenales. Vida, tiempo e ideas de los
grandes pensadores de la economía”, versión española, Alianza editorial, 2016,
pág. 431.
[2]
Vid. I. Sohn, “Last two centuries had their own multitaskers”, Financial Times,
1 de septiembre de 2018.
[3]
Vid. Manuel Santos Redondo, “Elizabeth Boody Schumpeter (1898-1953).
Economista, esposa y editora”, en Luis Perdices de Blas y Elena Gallego Abaroa
(coords.), “Mujeres economistas. Las aportaciones de las mujeres a la ciencia
económica y a su divulgación durante los siglos XIX y XX”, Ecobook-Editorial
del Economista, 2007, págs. 385-409.
[4]
Vid. Thomas K. McGraw, Prophet of innovation”, The Belkna Press of Harvard
University Press, 2007, pág. 236.
[5]
Vid. M. Santos Redondo, op. cit., pág. 388.
[6] Vid.
Miguel González Moreno, “Joseph Alois Schumpeter (1883-1950): una semblanza”,
eXtoikos, nº 1, 2011, pág. 85.
[7]
Vid. Elizabeth B. Schumpeter, “English prices and public finance, 1660-1822”,
The Review of Economics and Statistics, febrero 1938, vol. 20, nº 1, págs.
21-37.
[8]
Vid. William M. Johnston, “El genio austrohúngaro. Historia social e
intelectual (1848-1938)”, KRK Ediciones, 2009, págs. 233-234.
[9]
Elizabeth Boody Schumpeter, “Nota introductoria”, a Joseph A. Schumpeter, “Historia del
análisis económico”, versión española, Ediciones Ariel, 1971, pág. 12.
[10]
Ibíd., pág. 14.
[11]
J. A. Schumpeter, “Historia del análisis económico”, op. cit., pág. 47.
[12]
Vid. McGraw, op. cit., pág. 237.
[13]
M. Grice-Hutchinson, “Los economistas españoles y la historia del análisis
económico de Schumpeter”, Papeles de Economía Española, nº 17, 1983, pág. 183.