29 de mayo de 2021

Un nuevo faro en el horizonte urbano: extranjero en mi ciudad

 

Deambular por las calles del centro de nuestra ciudad de toda la vida es un acto altamente apreciable, especialmente como parte de una ceremonia de reconciliación con nuestro pasado. Aunque a veces nos duelan las heridas que el paso del tiempo, sin misericordia, ha ido infligiendo.

Si antes era ya un acto esporádico y atípico, la pandemia lo ha convertido en una reliquia casi olvidada. Por eso, cuando, después de un prolongado período, uno trata de redescubrir viejas rutas se ve a sí mismo como un visitante foráneo. Con los años, ha habido que asumir que somos extranjeros en nuestra propia ciudad. Es una sensación extraña que nos deja confundidos, sin saber a ciencia cierta si lo que ahora percibimos son nuevas realidades o más bien perfiles que antes habían pasado inadvertidos. Una mezcla de nostalgia y de percepción de la levedad de lo que una vez creíamos que eran piezas inmutables.

Las fotografías, ya borrosas, del pasado pugnan con las imágenes que ahora nos impactan, y nos vemos inclinados a creer que nos hemos transmutado a otros espacios o que aquellas vivencias fueron una simple ilusión.

Como cada día, me disponía a salir del garaje para afrontar una nueva jornada. Aún no había amanecido. Después de la leve lluvia nocturna, las calles estaban todavía mojadas. La sorpresa fue mayúscula, y a punto estuve de atropellarlo. Hacía meses que no lo veía. Se limitó a pedirme disculpas por su prolongada ausencia y me pidió encarecidamente que lo acercara al Puerto, donde, decía, tenía que hacer algo muy importante, ver el amanecer. O, al menos, es lo que interpreté. Su dominio del español no parecía haber mejorado mucho desde la última vez, cuando me lanzó extrañas advertencias.

Mis reticencias iniciales fueron considerables, pero, a las primeras de cambio, tan singular pasajero se acomodó en el asiento delantero.

Sin tener que solicitárselo, empezó a contarme sus últimas aventuras y, por fin, me enteré de que se llamaba Edmundo. A partir de entonces apenas recuerdo nada, tan sólo una mezcla de escenas de mis anteriores encuentros con el personaje.

Quise luego preguntarle algunos detalles que no comprendía, pero no encontré a nadie a mi lado. Me vi en las inmediaciones de lo que se me antojaba que era la avenida del Parque, en la que no había ningún otro vehículo. El silencio era absoluto.

Al verlo en la distancia fue como un shock. Por un instante, no sé por qué, pensé que había regresado a Tenerife, y que continuaba perdido en Punta de Teno, subyugado por el conmovedor paisaje. Un faro se alzaba en las alturas, como suspendido sobre una base imprecisa. Sin poder parar, seguí mi rumbo por la ruta desierta. Pronto me encontré con perfiles arquitectónicos familiares, y quise creer que a la Farola le había salido un competidor cercano.

La magia se desvaneció pronto y las formas recuperaron su compostura habitual. Aun así, la cúspide de la Equitativa se alzaba majestuosa en la quietud de la madrugada.

El Sol estaba ya alto cuando me desperté. Estaba sentado junto a mi escritorio. Desorientado, tenía la sensación de que era un extranjero en mi ciudad, pero, pese a todo, seguía sintiendo una gran devoción por ella. Sé que hoy tenía que entregar algún trabajo, pero compruebo que mi cuaderno de notas está en blanco. Junto a él veo unos apuntes y unos esquemas sobre el teorema de la imposibilidad de Arrow.

Aterrorizado, me doy cuenta de que tenía clase en la Facultad. Angustiado, salgo corriendo para el campus, pero no sé si llegaré a tiempo. Aunque me surge la duda de si hoy tocaba sesión telemática.




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