En una
reciente entrada de este blog[1]
se hacía referencia a la última obra de Tim Harford, “10 reglas para comprender el mundo” (Conecta, 2021), en la que, ante
una panorama tan adverso, confuso e incierto como el que vivimos, se muestra,
según se indica en el subtítulo, “Cómo
los números pueden explicar (y mejorar) lo que sucede”. El título en la
edición española difiere algo del original[2],
pero refleja el alcance de la obra.
La segunda de
tales reglas se concreta en el siguiente mensaje: “Sopesa la experiencia
personal”. El autor parte de analizar una serie de situaciones de la vida real
en las que se produce una discrepancia entre las percepciones personales y las
estadísticas oficiales, por ejemplo, en relación con las tasas de ocupación
media de los vagones de una línea de metro, o con la incidencia de fumar en la
salud personal. Aporta ejemplos en los que se constata que la población
mantiene creencias acerca de una gama de cuestiones que no se atienen a la
realidad. Como seguidores de un club deportivo podemos tener la sensación de
que los árbitros discriminan a los jugadores de nuestro equipo, pero las
estadísticas acumuladas contradicen nuestra visión. A veces, tenemos la
sensación de que un jugador de baloncesto es inseguro en el lanzamiento de los
tiros libres, pero los registros estadísticos no lo confirman. ¿Qué es lo que
sucede realmente?
La influencia
del “pensamiento rápido” suele estar detrás de muchas de nuestras percepciones
subjetivas. En ocasiones, sin embargo, el uso indiscriminado de indicadores
cuantitativos puede llevar a distorsionar la realidad y a alterar los
comportamientos. Las estadísticas baloncestísticas no distinguen entre la
efectividad media y la efectividad marginal en las jugadas decisivas, ni
aportan información sobre la fiabilidad de las faltas personales señaladas
(respecto a las verdaderamente cometidas). En algunos centros universitarios,
el indicador básico de la eficacia de la docencia es el número de alumnos
aprobados.
Siguiendo el
enfoque de Muhammad Yunus, Harford recomienda combinar de manera equilibrada la
“vista de pájaro”, basada en las estadísticas, con la “vista de gusano”,
asociada a la experiencia personal. Normalmente nos mostrarán cosas distintas
y, en ocasiones, nos colocarán ante un rompecabezas. Toda contradicción puede
ser un estímulo para emprender una investigación, aunque sólo sea a escala particular.
La fórmula del “pensamiento lento” acaba siempre por ofrecer algún pequeño
dividendo, cognitivo o emocional, y va abriendo el camino para poder practicar
el pensamiento crítico[3].