5 de abril de 2021

La desigualdad en la distribución de la riqueza: la importancia de los indicadores

 

En dos recientes entradas de este blog, de fechas 27 de febrero y 4 de abril de 2021, se hace referencia a la última obra de Tim Harford, “10 reglas para comprender el mundo” (Conecta, 2021), en la que aborda cómo la utilización adecuada de la información numérica puede ayudarnos a comprender mejor lo que sucede en el mundo.

La tercera de tales reglas se concreta en el siguiente mensaje: “Evita la enumeración prematura”. No dispongo del texto original, pero este enunciado genera alguna duda sobre el significado exacto del mensaje, aunque el sentido parece claro. A través de una serie de ejemplos, el economista británico nos alerta a fin de no dejarnos llevar por las primeras impresiones cuando observamos datos numéricos. Recomienda que nos tomemos “un momento para comprender el hecho principal y más obvio: ¿qué se mide o qué se cuenta? ¿Qué definición se está empleando?”. Todas las cautelas son pocas cuando afrontamos una información estadística simplificada, especialmente ante la amenaza latente de los sesgos que nos pueden influenciar.

Éstos adquieran un relieve especial cuando nos situamos antes datos relativos a cuestiones con fuertes connotaciones sentimentales o ideológicas. El tratamiento de la justicia distributiva y de la desigualdad ocupa un lugar destacado al respecto. Es uno de los grandes temas de una agenda permanentemente abierta. Algunas incursiones hemos llevado a cabo de las que se ha ido dejando rastro en este blog[1].

La desigualdad económica es un problema mundial de primera magnitud, muy difícil de resolver en la práctica. También, aunque en un plano muy diferente, las dificultades son considerables en la vertiente metodológica. Como expone el sagaz columnista estrella del Financial Times, una inadecuada medición de la desigualdad puede distorsionar grandemente la percepción sobre su alcance real. A la cuantificación de la desigualdad en la distribución de la riqueza mundial dedica una buena parte del capítulo tercero del libro mencionado.

A este respecto, comienza haciendo alusión a un estudio de Oxfam del que, en el año 2014, se hicieron eco los principales medios de comunicación de todo el mundo: “Las 85 personas más ricas del mundo tienen tanto dinero como la mitad más pobre de la población mundial”. Inicialmente dicha organización sostenía que “la riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante”[2]. Poco después, sin embargo, señalaba que “entre 2013 y 2014, las 85 personas más ricas del planeta –quienes poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial- aumentaron su patrimonio en 668 millones de dólares al día, lo que equivale a casi medio millón de dólares cada minuto”[3].

Tras cuestionar este cambio tan notorio, Harford no tiene empacho en afirmar que “las mediciones de Oxfam eran una manera muy escandalosa y desinformadora de pensar en la desigualdad”[4]. En el libro se relatan otras flagrantes distorsiones publicadas por medios de gran influencia y notoriedad. Entre ellos, todavía podemos encontrar en Internet la nota de la BBC en la que se recogían los nombres de “los 8 millonarios que tienen más dinero que la mitad de la población del mundo”[5]. Algún periódico llegó a identificar el grupo de los 85 multimillonarios con el 1% de la población mundial. Es verdad que un 1% es un porcentaje muy pequeño, pero, proyectado sobre un colectivo de 7.500 millones de personas, la cifra absoluta es algo superior…

Paradójicamente, los datos ofrecidos por Oxfam provenían de un estudio internacional auspiciado por un banco, y no precisamente por un banco de barrio, sino por el Credit Suisse. Dicho informe contiene información de la distribución de la riqueza neta (activos menos deudas) de la población adulta mundial.

Harford argumenta, con base en algunos ejemplos reales, que “la riqueza neta es una forma efectiva de medir a los ricos, pero no funciona tan bien para medir la pobreza”[6]. Al margen de otras limitaciones metodológicas, podemos aproximarnos al estado de la distribución de la riqueza mundial a través de la última edición del estudio de Credit Suisse[7].

La información básica se recoge en el cuadro adjunto.

A partir de estos datos podemos señalar lo siguiente: i) el 1% más rico, unos 52 millones de personas, posee un 43,4% de la riqueza mundial; ii) el 11,4% que le sigue en riqueza, 500 millones de personas, acumula algo más de un 40% del total; iii) más de 1.700 millones de personas aglutinan algo menos de un 15% del total; y iv) casi 2.800 millones de personas sólo poseen un 1,4% del total.

En suma, algo menos de 550 millones de personas acaparan la inmensa mayor parte de la riqueza mundial, casi un 84% del total.

De forma complementaria, los gráficos adjuntos permiten una comparación más visual.





[1] Por ejemplo, “Populismo y desigualdad: a lomos de un elefante”, 10 de junio de 2018. También en la revista eXtoikos: “Tiempos de desigualdad: cuestiones básicas para el análisis económico”, nº 13, 2014.

[2] Vid. Oxfam, “Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica”, 20 de enero de 2014.

[3] Vid. Oxfam, “El número de multimillonarios del mundo se ha duplicado desde 2008 y la desigualdad alcanza niveles extremos”, 30 de octubre de 2014.

[4] Op. cit., pág. 87.

[5] Vid. BBC, 16 de enero de 2017.

[6] Op. cit., pág. 90.

[7] “Global Wealth Report”, octubre 2020.

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