Al hilo de la imparable corriente
del “lenguaje inclusivo”, hace unos días reflexionaba acerca del realce que
supone para un hombre que ejerza tal profesión ser mencionado como
“economista”. Decir “soy economista” por parte de un varón no ha tenido jamás,
a mi entender, ninguna connotación negativa. En el plano lingüístico, me
apresuro a señalar. La reputación y el reconocimiento sociales son otro cantar.
No me ha parecido percibir nunca ningún atisbo de posible discriminación ligada
al uso de esa palabra como descriptiva de una ocupación desempeñada por alguien
del sexo masculino. Antes al contrario, siempre ha sonado, y suena, con total
naturalidad, sin que nadie cuestionase su concordancia gramatical.
No hay, sin embargo, demasiado de
exclusivo en ese vocablo, que comparte con otros muchos el sufijo “-ista” como
extendido descriptor de la dedicación de personas a oficios, empleos y ocupaciones,
o de condiciones circunstanciales o permanentes (lingüista, taxista, ciclista,
dentista, electricista, periodista, oficinista, telefonista, trapecista,
bonista, rentista…). La lista es demasiado larga. Y no digamos la que genera el
uso del mismo sufijo para expresar afinidad o inclinación hacia determinadas
tendencias o movimientos (socialista, feminista, peronista, vanguardista,
papista, cubista…).
Pensándolo bien, es un auténtico
disfrute poder usar todos esos términos de una manera tan plácida, sin vernos
ante el vértigo de tener que preocuparnos por encontrar la forma más adecuada
según la identidad de la persona a la que vayan referidos.
Ahora bien, mientras que puede
percibirse una cierta relajación en emplear la palabra “economista” (en el
sentido antes descrito), la relajación se torna en tensión cuando aparece la de
“economicista”. A veces, el problema no está en las terminaciones sino en los
comienzos o en las partes intermedias.
Sólo cabe esperar, y rogar, que,
por mor de algún posible insensato movimiento pendular, no se lleguen a
plantear matizaciones aclaratorias en razón del sexo en los dominios reseñados, en los que la economía del lenguaje todavía encuentra algún reducto.
Aprovechemos, mientras dure, la placidez
que nos aporta ese sufijo con connotaciones tan “pacifistas”.