20 de marzo de 2021

Blog “Tiempo Vivo”: 500 entradas y una dedicatoria personal

 

Probablemente, en otro centro, el acto habría tenido lugar en algún salón distinguido, decorado con vestigios de una ancestral trayectoria académica. En aquel colegio, hace años  desaparecido, la estancia no era sino el resultado de dos habitaciones corridas de una modesta vivienda social reconvertida en escuela[1]. Sin embargo, lo recuerdo como uno de los actos más solemnes a los que he asistido en toda mi vida, y uno de los que me han infundido un mayor respeto. Hace tiempo, mucho tiempo, que se difuminaron los detalles, pero permanece la imagen difusa.

Era una tarde luminosa, y allí en el aula, y en el estrecho pasillo, se había congregado la población de aquel extraño centro. Los años sesenta estaban aún en su segunda mitad. Por aquel entonces las jornadas escolares cubrían mañanas y tardes, prolongándose a veces con permanencias, y los sábados eran un día lectivo como otro cualquiera. En aquel colegio privado, la biblioteca, el laboratorio, el salón de actos, el patio de recreo, o la conserjería eran lugares imaginarios. Para facilitar más las cosas, los alumnos que cursaban el bachillerato elemental debían presentarse a exámenes finales, a una sola carta, en un Instituto público, después de haber seguido textos distintos a los empleados en la enseñanza oficial.

Ante un auditorio expectante y temeroso, la enérgica codirectora del colegio presentó al autor de la redacción que había sido seleccionada, y que ensalzó en grado superlativo. Quedé deslumbrado ante sus dotes de declamación y, aún más, por el contenido de los párrafos a los que de forma tan brillante y enfática daba lectura. Ignoro cuál era el tema exacto de la redacción, pero sí recuerdo que en ella se hacía una defensa de algunos usos o tendencias de la modernidad que encontraban resistencia social para abrirse camino. En su alegato hacía una referencia, como contrapunto, al uso de pelucas en las actuaciones de la justicia británica. La profesora elogió extraordinariamente al autor, a quien, de manera apabullante, presentaba como un modelo a imitar, aun a sabiendas de que ello representaba una meta imposible.

Admirado y subyugado por la puesta en escena que había vivido, me preguntaba si alguna vez lograría componer algún texto similar, aunque, por supuesto, sin pretender alcanzar ese carácter sublime que había percibido en la composición expuesta.

No sé quién era aquel personaje, ni que habrá sido de él. Daría cualquier cosa por saber si llegó a convertirse en escritor, en periodista o en un magistral jurista, y, sobre todo, por poder leer hoy aquel texto que siempre ha permanecido en el recuerdo como imagen de una redacción modélica.

Como en tantas otras ocasiones, constato afligido que he dejado escapar el tiempo y las oportunidades para el reencuentro o, simplemente, para expresar a alguien sensaciones y sentimientos latentes.

A aquel escritor precoz, esté donde esté, va dedicada esta modesta entrada de este blog, la número 500 desde que, en el verano de 2017, de manera un tanto inopinada, se pusiera en marcha. Con el convencimiento de que ninguno de los 500 artículos, notas, comentarios, o reflexiones que aquí se acumulan pueda equipararse con aquella sensacional composición escrita, que una tarde muy lejana alguien leyó en el Colegio San José y San Rafael.

                                                                                                                                                         



[1] Vid. “Las incomparables ventajas de la educación privada”, Blog “Tiempo Vivo”, 1 de mayo de 2020.

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