13 de enero de 2021

La música clásica se suma a la ola telemática

La pandemia del coronavirus ha quebrado el modelo productivo de muchas actividades de servicios, y ha acelerado la asimilación de nuevas tecnologías y procedimientos. Algunos de los servicios de mayor alcance se basaban, hasta ahora, en una estrecha conjunción entre los productores y los receptores. De hecho, a veces estos últimos formaban parte del propio proceso productivo. El mundo del deporte alberga ejemplos paradigmáticos al respecto. Al ver hoy encuentros de fútbol, baloncesto, tenis, o de otras disciplinas, sin público en las gradas, o incluso torneos de una ciudad que se disputan en otra distinta, uno cree estar inmerso en alguna delirante distopía. Pero no es así. Las nuevas tecnologías han acudido en salvación del deporte, y éste, de multitudes de aficionados que encuentran en el espectáculo deportivo un importante aliciente para sobrellevar el calvario pandémico.

Quizás con una cadencia algo más pausada, también el mundo de la música clásica ha cruzado su Rubicón particular. Ya no hay marcha atrás. Aunque nos cause algún desconcierto, el concierto se suma a la ola telemática. Probablemente sea una experiencia no muy distinta a una grabación en un estudio, aunque sin la red de seguridad de la posible repetición. Pero, al igual que en una clase virtual, debe de ser una experiencia no demasiado grata no poder percibir el pulso de la audiencia ni, en el caso de los artistas, sentir la calidez del aplauso espontáneo.


Sin embargo, ante la alternativa de la inactividad y la merma de emolumentos, la frialdad telemática es una opción no desdeñable. Así, algunos operadores, unos, tradicionales, y otros, “nativos digitales”, se han lanzado a la retransmisión de actuaciones en vivo y en directo por medio del streaming. Entre los primeros está la casi mítica compañía Deutsche Grammophon; entre los segundos, Idagio, una especie de Spotify centrada en el universo clásico (R. Fairman, “Battle for classical music’s streaming market”, Financial Times, 8-1-2021).


La dimensión de los distintos segmentos musicales es ostensiblemente diferente: a título de ejemplo, en Spotify, Ed Sheeran tiene 59 millones de oyentes mensuales; Mahler, 800.000. Sería interesante saber cómo estará el ranking dentro de 40 o 50 años...


A pesar de las diferencias, la demanda de música clásica mantiene su pulso, y ahora la oferta ve despejado el camino con nuevas rutas. El artista tiene que prescindir de ver y sentir a su público, pero se le abren las puertas para ser un artista universal online. Y, desde luego, nada va ya a ritmo de adagio. 


“Mi tiempo llegará”, dijo en su día el “autor del adagio de la Quinta Sinfonía”. Ahora llega un nuevo tiempo telemático, que no sabemos de quién será.

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