La lectura de la extensa y densa obra de Thomas
Piketty “Capital e ideología” es fuente de numerosas sorpresas. Por encima de
todo, su mayor interés estriba en poder documentarse acerca de una enorme variedad
de episodios históricos, sustentados en una impresionante base de datos de
alcance mundial, de gran utilidad para explicar la evolución económica, social
y política en un amplio número de países.
En una época en la que las cuestiones relacionadas
con las diferencias interraciales han tenido tanta trascendencia en la evolución
reciente de la sociedad norteamericana, el relato de la experiencia histórica
de Estados Unidos aporta unas perspectivas particularmente ilustrativas. Piketty
efectúa un repaso de los problemas ideológicos existentes en el siglo XIX para
poner fin a la esclavitud. Para John Calhoun, vicepresidente entre 1825 y 1832,
la esclavitud era, lisa y llanamente, “un bien positivo”.
Más adelante, el economista francés reflexiona en
el sentido de que “el observador extranjero, y a veces también el autóctono, se
sorprende a menudo de que el partido demócrata, que en 1860 defendía la
esclavitud frente al partido republicano de Lincoln, a menudo utilizando argumentos
cercanos a los de Calhoun o de Jefferson (ambos eminentes demócratas), se
convirtiese luego en 1932 en el partido de Rousevelt y del New Deal, después en
1960 en el de Kennedy, de Johnson, de los Civil
Rights y de la War on Poverty, y,
finalmente, en los años 1990-2020 en el de Clinton y Obama”.
Ciertamente, es un motivo de sorpresa y, por
supuesto, de congratulación, que se produjera semejante viraje desde una
ideología política que, durante el período de “reconstrucción” (1865-1880),
podía ser calificada como “social-nativismo”, “social-racismo”, o
“social-diferencialismo” (op. cit., edición original, “Capital et idéologie”,
Éditions du Seuil, 2019, págs. 293-294). E incluso llega a afirmar (pág.
1.018), que “desde los años 1870 a los años 1960, sus representantes y sus
administraciones policiales y jurisdiccionales [del partido demócrata] en los
Estados del Sur impusieron la segregación a los Negros, impidieron a los niños
ir a la mismas escuelas, sostuvieron o encubrieron los linchamientos punitivos
organizados por el Ku Klux Klan y de otras organizaciones de este tipo”. Desde
luego, cuesta trabajo asimilar esta información tan impactante como dolorosa en
su evocación. Y, si no procediera de una fuente tan reconocida como la del mencionado autor, ideólogo del "nuevo socialismo participativo", uno estaría tentado a creer que está ante una fake news de grueso calibre.
En todo caso, según la tesis que Piketty (pág.
1.018) repite machaconamente a lo largo de la obra, “la idea según la cual esta
trayectoria habría sido la única vía posible que permitiese llegar al New Deal
y a los otros derechos cívicos no tiene ningún sentido. Existen siempre
alternativas, otras trayectorias y bifurcaciones posibles que hubiesen podido
producirse, en función de la capacidad de movilización de los actores”.