No corren buenos tiempos para los intermediarios bancarios, que reciben
ataques desde los más variados frentes y se ven obligados a afrontar retos
crecientes, ya sea de orden legal, judicial, reputacional, regulatorio,
supervisor, tecnológico, social o económico. Uno de los mayores que, en los
últimos años, han tenido que afrontar en España ha sido el derivado de la
puesta en cuestión de las denominadas "cláusulas suelo", un elemento, según parece, sumamente difícil de interpretar.
Como en otras ocasiones, el problema no está tanto en empezar a
funcionar con unas nuevas reglas de juego sino en alterarlas en medio de la
partida, sin que las partes tengan ocasión de adaptarse a la situación
cambiante. Aparte de otras inconsistencias económicas, en la práctica se da la
curiosa circunstancia de que una entidad haya de reliquidar operaciones anteriormente
sujetas a un tipo mínimo, por ejemplo, del 3%, aplicando uno menor, por ejemplo,
del 0,5%, y, sin embargo, tenga que calcular el importe actual de las cantidades
a retroceder aplicando el tipo de interés legal del dinero, situado en 2020 en
el 3% anual.
De otro lado, la combinación de un tipo de referencia, como el Euríbor
hipotecario (actualmente en el -0,415%) con un diferencial establecido cuando
existían "cláusulas suelo", de un nivel bastante reducido, puede dar lugar a un tipo
de interés negativo. Hasta ahora venía a aceptarse que, en tales casos, prevalecería
un tipo nulo, es decir, el prestatario no abonaría ningún interés, y tampoco recibiría
ninguna compensación.
Ante un escenario en el que los tipos de interés tienden a disminuir
más, ya no faltan voces que abogan por la aplicación de tipos negativos en
los préstamos o, lo que es lo mismo, por cobrar por tomar dinero prestado. Que
venga Dios y lo vea, podría proclamar alguien acostumbrado a regirse por
cánones de una mínima racionalidad económica.
Dios, sin embargo, ya se posicionó en temas financieros, cuando, entre
otros muchos decretos, trasladó a Moisés, según consta en el libro del
Éxodo (22:24), el siguiente: “Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre que habita
contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses”.
Estas palabras divinas no preveían que, un día, podría llegar a convertirse
en usurero aquel que toma el dinero prestado.