25 de octubre de 2020

Amanecer de rubí: el espíritu del escritor nunca muere

En ese momento Bob me estaba transmitiendo la increíble y extraordinaria noticia. Nuestro gran sueño se había hecho por fin realidad, después de tantos años de investigación. Milagrosamente, yo era Paul R. Milgrom, y estaba empezando a vivir una experiencia sublime, tras la confirmación de la buena nueva en la madrugada californiana.

Sin embargo, cuando abrí los ojos, me di cuenta de que yo no era el profesor Milgrom y de que, en vez del venerable profesor Wilson, tenía ante mí al pequeño Comendador. Después de semanas de ausencia, ha tenido que elegir precisamente este día, justamente cuando ha llegado el cambio estacional de hora y, por fin, había logrado enlazar un buen número de horas de descanso. Si bien cada vez se me hace más cuesta arriba sobrellevar los atardeceres prematuros, es quizás la única noche del año que afronto con un cierto relajamiento, ante la perspectiva del margen que otorga la recuperación de la hora perdida.

Inexplicablemente, mi inefable amigo me urgía a que me levantara y me apresurara a ver el amanecer. De su acelerado y confuso discurso me pareció entender que hoy era el cumpleaños de un gran escritor y artista polifacético a quien el mundo literario no había hecho justicia. Si hay un mercado que se caracteriza por no rendir tributo a la igualdad de oportunidades, ese es el literario, pensé.

Aunque no quiso darme el nombre del personaje, me aseveró que su oficio le venía de antiguo y que no había dejado de ejercerlo contra viento y marea. Nacido en Málaga, como Picasso, y como éste, tal día como hoy, 68 años después que el genial pintor, estuvo durante años peregrinando por rutas literarias impulsando y promoviendo el trabajo de otros creadores. Después de un largo periplo vuelve ahora a sus orígenes, inducido por una fuerza febril que desborda los territorios conocidos.

Hace algún tiempo, el Comendador trabó amistad con él y ahora está ilusionado en dar alas a su magno proyecto editorial, a la altura de la vastedad de su obra inédita.

Infructuosamente, le pedí detalles y explicaciones, pero se limitó a decirme que saliera al mirador, que estaba a punto de amanecer.

Cuando regresé, no había rastro de él.



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